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Actualizado: 14 de junio de 2025


No, no puedo... ¡Es preciso!... No tengo más ganas. ¡Yo lo quiero! Le aseguro... ¡He dicho que quiero! Y él tomaba el sandwich ofrecido por aquella mano delicada. ¡Qué no habría comido, con tal de ver la sonrisa de triunfo que entreabría los labios de su amiga! Murmuró: Como por demás... felizmente el me salvará, si no concluiría usted por ahogarme. Se sonreían confiados y alegres.

Los chicos que iban a la par le miraban con asombro, y las bellas peñascas, evocadas por él, si no arrojaban flores, sonreían desde los balcones al verle tan descompuesto, mostrando unas hileras de dientes como nunca veréis en Sarrió, yo os lo juro.

Los adversarios, con la alegría de su reconciliación, apenas se habían fijado en los demás. Se estrechaban las manos, se sonreían como amantes. Todos experimentaron el regocijo de vivir que se siente después de un peligro; todos sufrieron de pronto el hambre que llega irremisiblemente a la zaga de la emoción.

El escribano reía también el chiste y los concejales sonreían, no por la gracia, si no por la intención. Aunque el palco de los Marqueses tocaba con el de Ronzal, pocas veces los abonados del último se atrevían a entablar conversación con los Vegallana o quien allí estuviera convidado.

Si en los asuntos dogmáticos buscaba el auxilio de la sana razón, en los temas de moral iba siempre a parar a la utilidad. La salvación era un negocio, el gran negocio de la vida. Parecía un Bastiat del púlpito. «El interés y la caridad son una misma cosa. Ser bueno es entenderla». Los muchos indianos que oían al Magistral sonreían de placer ante aquellas fórmulas de la salvación.

Aquellos infelices no decían nada; solamente algunos, los más jóvenes, pedían de un modo furioso agua o pan; y en el carro inmediato, una voz lastimera, la voz de un recluta, llamaba: «¡Madre! ¡Madre mía!»..., mientras que los veteranos sonreían lúgubremente, como diciendo: «, ..., pronto va a venir tu madrePero quizás no pensaran en nada.

Heridos el olfato y la vista, pronto se iban despertando las facultades espirituales, la memoria se le refrescaba y el entendimiento se le desentumecía. Proporcionábale el café las sensaciones íntimas que son propias del hogar doméstico, y al entrar le sonreían todos los objetos, como si fueran suyos.

Con él era imposible el descanso, y las pobres mujeres, tras un período de tranquilidad, veían renacer sus angustias y temores. El sábado y la mañana del domingo los pasó el espada recibiendo visitas de entusiastas aficionados de fuera de Sevilla que habían venido para las fiestas de Semana Santa y de la Feria. Todos sonreían confiando en sus futuras hazañas. ¡Vamos a ver cómo queas!

Después de Pedro los menos bulliciosos eran la Regenta y el Magistral; a veces se miraban, se sonreían, De Pas dirigía la palabra a Anita de rato en rato, tendiendo hacia ella el busto por detrás de la Marquesa, para hacerse oír; don Álvaro los observaba entonces, silencioso, cejijunto, sin pensar que le miraba Visitación, que estaba a su lado.

Alzar la voz para discutir se consideraba allí como la manifestación más acabada del mal gusto; sólo en las tabernas se disputaba a gritos. A veces había también sus rasgos de ironía, sus chistes; Carlitos y Valle se autorizaban algunos; entonces todos sonreían con benevolencia y hasta se reía suave y discretamente, nunca con fuertes o sonoras carcajadas.

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