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Actualizado: 17 de junio de 2025
Algunas que aún no habían salido de la primera juventud y llevaban poco tiempo de matrimonio, paseaban casi todo el día del brazo del esposo con aires de tiple enamorada, inclinando la cabeza sobre el hombro de él, como si la cubierta fuese el jardín de «Fausto». Por dignidad de clase, gozosas de jugar un rato a «señora mayor», distinguiéndose de las solteras, permanecían entre las respetables matronas; pero de pronto sentíanse agitadas por un hormigueo irresistible.
Era también evidente que una era casada; entre otras razones, porque, de ser solteras ambas, no irían solas. La casada era la morena. En esto tampoco cabía duda. Se conocía en tener más edad y en otros indicios que, juntos todos, llegaban a la más completa certidumbre. ¿Con quién estaba casada la morena? Ambas eran forasteras: recién llegadas a Madrid, ya que nadie las conocía.
No veo la dificultad dijo Francisca disimulando un bostezo. No hay más que coger la nomenclatura de los premios de virtud en la Academia; eso no puede servir de base. Detestable burlona murmuró la Melanval contrariada. Y añadió dirigiéndose a la Fontane: creo que hay que convenir entre nosotras que si todas las mujeres de bien no son solteras, en cambio todas las solteras son mujeres de bien.
Al día siguiente, las madres de los novios hacían platos con los dulces esparcidos en la cama y los enviaban a las solteras del barrio con una flor de la corona.
Después de casadas, allá se entiendan ellas, y si quieren tener dos docenas de cortejos, háganlo». En todo estamos de acuerdo dijo doña María menos en esto último, pues ni de solteras ni de casadas, les tolero la inmoralidad. ¡Ay, yo tengo ideas muy raras, Sr. D. Gabriel!
Doña Celestina había conocido a la hija del quincallero, en su juventud, cuando las dos eran solteras, y parece que se desarrolló entre ellas una gran antipatía. Para doña Celestina, la sangre del quincallero suizo me ha perdido; el bazar, con sus aros y sus pelotas de goma, ha perturbado la marcha del severo barco con sus velas y sus anclas.
Sus parientas, las hijas del marqués, unas solteras, otras acompañadas de sus maridos, la recomendaban prudencia. ¡Por Dios, Sol! ¡Que no hiciese locuras!... Entraron los derribadores en el cerrado, siendo acogidos al atravesar la empalizada por los aplausos de la gente popular que había acudido a la fiesta.
¡Gracias a Dios que encuentro alguien de mi opinión! exclamó la abuela triunfante. Sí, confieso que estas cuestiones nuevas me confunden un poco y trastornan también mi estudio... Tenemos menos contratos de matrimonio y, sobre todo, menos buenos contratos... Es muy deplorable... Sé que habitamos en un clima templado y que éstos son especiales para las solteras...
Las solteras forzosas han gritado tanto sus desilusiones, que el mundo, generalmente poco benévolo, ha creído que todas las solteras estaban en el mismo caso. ¡Vírgenes y mártires! exclamó muy contrariada por esta nueva concepción. ¡Es completo! La de Ribert y Genoveva se echaron a reír. Mi consternación les divertía.
Doña María se puso encendida. Este joven dije yo no eleva su entendimiento hasta los altos principios de la educación castiza. ¿Pues acaso su mujer va a ser monja? A las que van a ser monjas o solteras, bueno que se las enseñe a no levantar los ojos del suelo; pero a las que van a casarse y a ser grandes señoras... Pero hombre, ¿está usted loco?
Palabra del Dia
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