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entonces sollozos y quejidos: la agonía de un alma. ¡Desventurada! ¡Cuánto perdía con aquel silencio mío, que era la declaración de los escándalos de su madre! »El remordimiento, el dolor de herirla tan hondo y en tantos sitios a la vez, produjo en una súbita reacción.

»Adivinando yo su intención, en cuanto comenzó a hablar, la miré fijamente clavando mis ojos en los suyos, que acabaron por bajar su mirada, mientras su rostro se teñía de vivo carmín. Cuando volvió a alzar la vista, arrojose llorando en mis brazos y yo la estreché contra mi pecho. » ¡Tío! ¡tío! exclamó con voz ahogada por los sollozos. No tengo yo la culpa, se lo juro.

A través de la puerta cerrada oíanse a veces los sollozos de Diógenes, y escuchábanse otras los gritos de horror que él mismo se inspiraba a mismo, seguidos del llanto de la contrición, desolado, abundante, pero dulce y sin amargura, como lo es el de todo dolor que se apoya en la fe y en la esperanza.

La alegre algazara del salón llegaba a sus oídos, y poco a poco fuese levantado su pechito, hinchóse su garganta y rompió a llorar amargamente, en silencio, sin sollozos, sin suspiros, como lloran los que tienen en el corazón el manantial de sus lágrimas.

¿No oyes lo que te dice el señorito? preguntó sosegadamente el padre a la hija. Oi-go, siii-see-ñoor, oi-go-tartamudeó la moza, comiéndose los sollozos. Pues a hacer la cena en seguida. Voy a ver si volvieron ya las otras muchachas para que te ayuden. La Sabia está ahí fuera: te puede encender la lumbre. Sabel no replicó más. Remangóse la camisa y bajó de la espetera una sartén.

¡Pobre mujer, yo! replicó con dureza la señora Chermidy . ¡Bueno, , soy digna de compasión porque he sido engañada, porque han abusado de mi buena fe, porque el cielo y la tierra unidos han conspirado para traicionarme, porque me han robado un nombre, una fortuna, al hombre que yo amaba y al hijo al que di vida entre dolores y sollozos!

Al pronunciar las últimas palabras estalló la pobre mujer en sollozos y ocultó el rostro entre las manos. El de Demetria se cubrió también de palidez y miró de frente á la dama con ojos donde no se leía el amor filial. Acércate, niña, acércate profirió D.ª Beatriz dulcificando su voz.

-No, por cierto -respondió el mozo-, porque todos caminan con tanto silencio que es maravilla, porque no se oye entre ellos otra cosa que los suspiros y sollozos de la pobre señora, que nos mueven a lástima; y sin duda tenemos creído que ella va forzada dondequiera que va, y, según se puede colegir por su hábito, ella es monja, o va a serlo, que es lo más cierto, y quizá porque no le debe de nacer de voluntad el monjío, va triste, como parece.

Sentí que se me desgarraba el corazón, que la sangre se me subía al cerebro. Al apearme del caballo , sin quererlo, el cadáver de mi madrina. Estaba velado con un lienzo blanco. Andrés me recibió en sus brazos. ¡Bien te lo decía el corazón! Vacilante, sin saber lo que hacía, me dirigí a la sala, apoyado en el noble servidor que no podía contener los sollozos.

¿Era que la noche antes, sobrecogida, aturdida del golpe, por llamar así su casamiento conmigo, la intensidad del dolor había comprimido sus lágrimas, anegado sus sollozos? Era indudable que Amparo se rendía a su dolor. Era indudable que Amparo sufría una desgracia inmensa. Y leía y releía aquellos papeles. ¡Cartas sin duda del hombre a quien amaba!