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Actualizado: 15 de junio de 2025


Nuestros pasos resonaban profundamente en las calles solitarias; la luz triste y escasa del día que comenzaba daba cierto aspecto de antorchas funerarias a los faroles que aun se hallaban encendidos, y las casas, dejando caer de sus tejados algunas gotas de lluvia, parecían llorar mi marcha.

A las doce o doce y media salían todos en pelotón, remangándose los pantalones y las faldas respectivamente, y guareciéndose debajo de los paraguas, charlando en voz alta al través de las calles solitarias y húmedas. Los vecinos, a quienes el sueño no tenía presos, decían: «Ahora salen del Liceo». Esto era todo.

Mañana interrumpió Ojeda , los peregrinos de la riqueza, torciendo su camino, se derramarán por las islas de la Oceanía, y tal vez la Jerusalén del porvenir estará dentro de millares de años en algún lugar del Pacífico donde en este momento colean los tiburones y se hinchan y deshinchan las olas solitarias.

De este modo, la borrasca que la estremecía pasó deshaciéndose en un copioso llanto. Algunas lágrimas cayeron sobre los rizos de Carolina, que se movió inquieta en su sueño. Pero otra vez la tranquilizó. ¡Era tan fácil hacerlo entonces! y permanecieron allí tan silenciosas y solitarias, que parecían formar parte de la solitaria y silenciosa morada.

Siguió adelante Rafael por las calles del arrabal, solitarias, silenciosas, resonantes bajo sus pasos con una hilera de casas blancas y brillantes bajo la luna, y la otra sumida en la sombra. Se sentía subyugado por el misterioso silencio del campo.

Los tontos zelos de mi vecino me procuraban una ventaja de posicion con que no habia contado. Desde entonces, aunque de rato en rato se renovaba la conversación, pude entregarme á la contemplacion de las llanuras solitarias de Castilla, de una completa analogía con las de la Mancha y demás provincias de la Castilla oriental ó nueva.

Me hallaba perdido entonces en medio de aquel océano de montañas solitarias y salvajes; era yo un proscrito, una víctima de las pasiones políticas, e iba tal vez en pos de la muerte, que los partidarios en la guerra civil tan fácilmente decretan contra sus enemigos.

Caminaron lentamente hacia la estación del funicular por calles solitarias, entre muros de jardín, con un lado amarillo de sol y el otro azul de sombra. Ella fué la que buscó el brazo de Ulises, apoyándose con un abandono pueril, como si la fatiga la hubiese dominado desde los primeros pasos. Ferragut apretó este brazo contra su cuerpo, sintiendo inmediatamente la excitación del contacto.

Las calles están solitarias; de algunas tiendas, acá y allá, se escapan resplandores mortecinos. Las puertas aparecen cerradas. Se oyen de cuando en cuando los golpes de los aldabones. Una puerta se abre, torna a cerrarse. Este es un casino amplio, nuevo, cómodo. Está rodeado de un jardín; el edificio consta de dos pisos, con balcones de piedra torneada.

La condesa, la gran señora que tan raras veces bajaba de su carruaje, como si se desdeñase de pisar con sus elegantes brodequins el polvo de que estaba formada, se internó por aquellos oscuros vericuetos, y atravesando varias callejas, solitarias en aquella hora, que parecían serle muy conocidas, vino a desembocar en la plazuela de Santo Domingo.

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