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Actualizado: 15 de junio de 2025
En el corazón de Soledad se alzaban, sin embargo, de cuando en cuando, protestas contra aquella privación del hijo que le parecía la amputación de parte de su alma. Una tarde de invierno, las dos hermanas paseaban a pie por las alamedas solitarias de la Moncloa.
Cuando en las tardes de los domingos salían los dos a las afueras, evitando el aproximarse a los Cuatro Caminos, o paseaban por las avenidas más solitarias del Retiro, el amante contemplábala con cierto orgullo, como si fuese obra suya, complaciéndose en sus perfecciones.
Queda despues sobre la márgen derecha la ciudad de CÓRDOBA. No nos detengamos ya en ella; pasemos adelante dejando un suspiro de dolor en las solitarias y empobrecidas alamedas del gran rio histórico que la baña.
Al llegar en sus evoluciones cerca de una escalerilla de la cubierta de botes, volvió Mina la cabeza con muda invitación y subió rápidamente. Fernando, después de una espera prudente, fue tras de sus pasos. Se encontraron arriba en una láctea penumbra atravesada por la flecha roja de las luces solitarias. Nadie más que ellos.
La montaña se ostentaba á nuestros ojos llena de hermosura y majestad en su conjunto y de gracias y sorpresas en sus relieves, sus hondas ramblas, sus magníficos bosques, sus solitarias praderas, sus dispersos chalets y sus mil rasgos interesantes.
Si de joven había soñado cosas mucho más altas, su dominio presente parecía la tierra prometida a las cavilaciones de la niñez, llena de tardes solitarias y melancólicas en las praderas de los puertos.
En las inmediaciones de Ajaccio hay muchas de esas capillitas mortuorias, que se alzan solitarias rodeadas de jardines. La familia acude allí los domingos a visitar a sus muertos. Comprendida de ese modo la muerte, es menos triste que entre la confusión de los cementerios. Sólo pasos amigos turban el silencio.
Tal vez cuando aumente la gente en aquellos lagos será descubierta alguna de esas bestias solitarias. Gustaba también el dueño del boliche de hacer preguntas á sus parroquianos más viejos sobre ciertos hombres misteriosos que habían pasado por esta tierra años antes, cuando acababan de ser expulsados los indios y se iniciaba la colonización.
Baste decir que Vevey ha sido visitada con delicia por Voltaire y J. J. Rousseau, Byron y Víctor Hugo y mil viajeros eminentes. Aquella ciudad sorprende bajo el punto de vista social, no solo al hijo de las comarcas solitarias ó salvajes de Colombia sino tambien á los habitantes de las capitales europeas.
Al través de las puertas enrejadas veíamos las casitas de campo, con persianas verdes cuidadosamente echadas, enteramente solitarias. Sus habitantes, si es que los había, debían de estar resguardados del calor hasta la hora en que el sol se pusiese. Próxima ya a la falda de la colina estaba La Palmera. Era la más amplia en territorio y la que poseía casa más grande y suntuosa.
Palabra del Dia
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