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Actualmente, casi todos los pueblos que se llaman civilizados emplean todavía la mayor parte de su sobrante anual en preparar los medios de matarse mutuamente y de asolar los territorios ajenos, pero cuando, con mejor consejo, lo apliquen á aumentar la fuerza productiva del suelo, á utilizar en comunidad todas las fuerzas de la tierra, á suprimir todos los obstáculos naturales que opone á la libertad de nuestros movimientos, cambiará ante la vista la apariencia del planeta que en su torbellino nos lleva.

En este zaguán ó patio de apeadero hay un pilón de material para dar agua al ganado de las caballerizas con su caño de bronce por donde recibe el agua sobrante de la pila del patio principal.

Así, nuestro principio es el primero, es la basa de todos los demás, posee una fuerza propia para sostenerse y la tiene sobrante para comunicar firmeza á los otros. Este lenguaje es razonable ciertamente; pero hay la desgracia de que la conviccion que pudiera producir, está neutralizada con otro lenguaje no menos razonable, en sentido directamente opuesto.

Después quitó al escudero la correa que sujetaba sus gregüescos á la cintura y le ató atrás las muñecas, y con el extremo sobrante ató un pie de la víctima y le dejó tendido en el portal; el escudero no podía gritar, ni aun rugir, ni moverse. El tío Manolillo se acurrucó en un rincón del zaguán y esperó.

Vimos primero los esfuerzos de un hombre lleno de genio, que, entronizándose en Córdoba con su gloriosa dinastía, y con una cultura llena de seducciones, sucesivamente rival y amigo de Carlomagno, disputa al gran organizador de la cristiandad el lauro de civilizador, saca de la rica mina de Bizancio los materiales para su grande obra, y envía la luz sobrante del faro que levantó sobre el Guadalquivir á iluminar la corte del nuevo César.

La asociación llamada Limosna de la luz tenía por objeto reunir, mediante modestas cuotas mensuales, fondos para llevar diariamente, en nombre de los hermanos, determinado número de velas de cera al templo donde se adorase a la Santísima Virgen en cualquiera de sus advocaciones; pero como los asociados eran muchos y pocas las velas necesarias, al cabo de cada mes quedaba en caja un sobrante respetable, que se destinaba a misas por los hermanos difuntos, funciones de iglesia, novenas, actos de desagravio al Señor por las injurias de los impíos, ofrendas al Santo Padre y regalos a templos o capillas pobres, que consistían algunas veces en objetos de metal para el culto o donaciones para mejoras, pero que generalmente eran de ropas sagradas.

Es difícil que una fortuna que ascendía á cinco millones, no nos deje al menos este sobrante. Mi intención es tomar para diez mil francos y marchar á buscar fortuna en los Estados Unidos, abandonando el resto á mi hermana. ¡Basta de escribir por esta noche! ¡Triste ocupación es traer á la memoria tales recuerdos! Siento, sin embargo, que me han proporcionado un poco de calma.

Declaré que lo era, y continuó ella, sin soltar mi mano de entre las suyas: Sabía yo por Neluco que andaba usté por ayá; y por eso, y por el aire, y por algo que ha dicho... y por estas corazonás que a lo mejor tiene uno... ¡Hija, lo que me alegro!... ¡Vaya, vaya!... Y ¿cómo está el pobre don Celso?... Mal, creo yo, lo que nos ha dicho Neluco... Porque Neluco es tan cariñoso y tan... vamos, tan apegao a los suyos, que hora que tenga sobrante en su obligación, cátale en Robacío... Pero ¿qué hacemos aquí plantificados en el portal?

Para que el sobrante de los frutos y efectos que se recogen y benefician en estos pueblos se expendiesen con aquella estimación más ventajosa a los pueblos, se estableció un Administrador general en la ciudad de Buenos Aires, dándole reglas equitativas y muy útiles para que, puestos los frutos y efectos en una sola mano, no perdiesen la estimación, como sucedería distribuidos en las de muchos; y que por mano de éste se surtiesen los pueblos de lo necesario, pagasen los reales tributos según los padrones, a razón de un peso por cada tributario, y enterase a la iglesia los diezmos que están regulados a 100 pesos cada pueblo.

¡No puede ser! repitió D.ª Serafina Barrado. El ex-gobernador de Tarragona dejó escapar por la nariz algunos resoplidos fragorosos, como una locomotora que desaloja el vapor sobrante, y repuso: ¿Creen ustedes, señores, que no tengo ojos en la cara? Esta pregunta trascendental, acompañada del adecuado fruncimiento de cejas, produjo bastante impresión entre los interruptores.