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Con presteza metódica se puso a trabajar en la cocina, en compañía de su ama, que también estaba risueña y gozosa. «¿Sabes lo que me ha pasado dijo a Benina en el rato que has estado fuera? Pues me quedé dormidita en el sillón, y soñé que entraban en casa dos señores graves, vestidos de negro.

Pero, señora, si eso lo ha soñado usted... y los tales caballeros hace mil años que están muy achantaditos debajo de la tierra. Dices bien: yo lo soñé... Pero si no aquellos, otros puede que vengan con la misma música el mejor día. ¿Quién dice que no? ¿Ha soñado usted con cajas vacías? Porque eso es señal de herencia segura. ¿Y , qué has soñado? ¿Yo?

Tu infidelidad se me había metido a en la cabeza; no tenía ningún dato en qué fundarme; pero el convencimiento de ella no lo podía echar de . No decir bien si soñé que ibas a ser madre, o si me inspiraron esta idea los celos que tenía. Porque yo tenía unos celos ¡ay!, que no me dejaban vivir.

»Entonces soñé, y mi ensueño fue tan delicioso, que me desquitó con creces de las terribles vigilias que acababa de pasar... Era una noche del mes de julio, plácida y serena, y a la luz de la luna, Magdalena y yo nos paseábamos en un país extraño, pero que a me era desconocido.

Insufla en los pulmones vida nueva, acelera la sangre y comunica a las almas dulcísima alegría. ¡Cómo suspiré, durante diez años, en las soledades del Colegio, por aquellos sitios y por aquel espectáculo! ¡Cómo, mil y mil veces, a la hora de la siesta, desde el balconcillo del dormitorio, ante la colina poblada de cactos, cansada de las arideces del Valle de México, soñé despierto con la húmeda belleza de la tierra natal!

Santa Cruz puso mala cara. «¡Pero qué tontín! Si lo quiero saber para reírme, nada más que para reírme. ¿Qué creías , que me iba a enfadar?... ¡Ay, qué bobito!... No, es que me hacen gracia tus calaveradas. Tienen un chic. Anoche pensé en ellas, y aun soñé un poquitito con la del huevo crudo y la tía y el mamarracho del tío.

También soñé con mi tío bailando en la cocina, junto a la lumbre, unas seguidillas que cantaba la mujer gris tañendo una sartén muy grande; y después con don Pedro Nolasco, el cual comía becerros crudos y troncos de abedul y peñascos de granito con bardales, mientras iban comiéndome a , fibra a fibra y muy poco a poco, el Tedio y la Melancolía, un matrimonio de lo más horrible, que vivía en el fondo de un abismo sin salida por ninguna parte.

¿Cómo es eso?... ¡Señor!... ¡Cuente! exclamó Baldomero. ¡Cosas de Melchor, amigo! me lo has dicho recién. Es que soñé realmente con que paseaba con ella a caballo. ¡No decía yo!... ¡Si se me hace que vamos a andar mal! dijo Baldomero, agregando: ¡Vaya que ella también haya soñado!... Sería interesante dijo Melchor saber con quién... ¡Así es! repuso Baldomero.

Mientras su mujer le desnudaba, el pobre chico la sorprendió con estas palabras, que a ella le parecieron infernal inspiración de un cerebro dado a los demonios: «Veremos si esta noche sueño lo mismo que soñé anoche. ¿No te lo he contado? Verás. Pues soñé que estaba yo en el laboratorio, y que me entretenía en distribuir bromuro potásico en papeletas de un gramo... a ojo.

Mis trabajos, mis penitencias, mis largas y peligrosas peregrinaciones y misiones se me figuraba que habían ganado para el favor del cielo; que habían revestido este pecho mortal de un escudo, de una coraza diamantina, que me había hecho invulnerable. Yo soñé que había ahogado en el inmenso piélago del amor divino todos los otros amores terrenales y caducos.