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Los encargados de los caballos habían abierto las puertas corredizas de los vagones, sentándose en el borde con las piernas colgantes. El tren marchaba lentamente en la noche, á través de los campos de sombra, deteniéndose ante los faros rojos para avisar su presencia con largos silbidos.

Primero el encuentro del hermoso Vapor Antioquia, que subia de Barranquilla, ligero, pintado de colores vivos, como un gran pájaro rozando apenas las ondas del Magdalena. Y allí de los gritos de alegría, los saludos ruidosos entre los pasajeros de uno y otro vapor, los silbidos galantes de las válvulas de las locomotivas, y las burlas recíprocas de los marineros, picantes y originales en extremo.

Aquella amenaza no produjo otro efecto que aumentar los silbidos y las carcajadas; pero como en el mismo instante Hullin apareció en el umbral de la puerta con una larga barrena en la mano y como, distinguiendo a cinco o seis de los más revoltosos, les advirtiese que aquella misma noche iría a tirarles de las orejas durante la cena, lo que el buen hombre había hecho ya varias veces con el consentimiento de sus padres, el cortejo se disolvió, consternado de semejante encuentro.

El toro cayó instantáneamente, como si lo hubiese tocado un rayo, hiriéndole en el centro nervioso de su vida, y quedó con los cuernos clavados en el suelo y el vientre en alto entre las patas rígidas. Aplaudieron las gentes de la sombra con un entusiasmo de clase, mientras el público del sol prorrumpía en silbidos e improperios. ¡Niño litri!... ¡Aristócrata!

Los fusileros americanos continuaban sus silbidos, sus gritos de exuberante juventud; pero á él le pareció que estas voces y estos manoteos decían lo mismo que el otro, invitándole con irónica cortesía: «¡Ven; aún queda un lugarAlgo más se callaban, pero él lo oyó en el interior de su cerebro como el bordoneo de una campana remota.

Al amanecer del día de San Antonio se colocan los pastores con el toro y los perros en un punto convenido, acude á él cada vecino con el ganado que quiere enviar al puerto; y formada de este modo la cabaña, hala que te vas, comienza á marchar en busca de Peñalabra ó Palombera, los cuales puertos no encuentra sino después de haber estado por espacio de tres días anda que te anda y sube que te sube, al son de los cencerros y al de los elocuentísimos jujeos y silbidos de los pastores.

Y cuando por las mañanas, al romper el día, le robaban el sueño el cencerreo del ganado que salía al pasto, los silbidos de los criados, las seguidillas de las mozas que iban á la mies, el toque al alba, los ladridos del perro, el cacareo de las gallinas y los relinchos del caballo, lejos de incomodarse, bendecía en sus adentros el instante en que se le ocurrió trocar el agitado torbellino de pasiones de la corte por el obscuro rincón de la vivienda de los Seturas.

Partieron de abajo unos silbidos de aviso, y poco á poco izaron, á fuerza de bíceps, una enorme lona cuadrada, que servía de toldo en el patio del palacio del gobierno cuando se celebraban fiestas oficiales durante el verano.

El viejo soldado de la tradición se alteraba al recordar al conde y su rosario. Por esto, cuando Lewis declaró que no sabía nada de su amigo, repuso seriamente: Yo dónde está: en una casa de locos. Sonó de pronto el estrépito de un tren que pasaba ante Villa-Sirena con acompañamiento de gritos y silbidos. Más ingleses que iban á Italia. Esto les hizo ocuparse de la guerra.

Un mozo les dijo que arriba, en el gabinete de la izquierda, les esperaban tres señoras y dos caballeros. Antes de subir dió las disposiciones necesarias para la cena que había encargado. En el gabinete, dispersos por las sillas, estaban Rafael Alcántara, Manolito Dávalos, la Nati, la Socorro y la Amparo, que los recibieron con fueras y silbidos.