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Actualizado: 5 de junio de 2025
Hallábanse una tarde asomados sobre las peñas, y contemplando en silencio, con las manos confundidas, la serenidad fascinadora de las montañas en el crepúsculo, cuando Ramiro, al volver de pronto la cabeza, hallose con la figura del misterioso morisco, inmóvil y taciturno en medio de la terraza. Aixa, para desvanecer la sorpresa del mancebo, les presentó con una larga sonrisa.
Por de fuera, serenidad, impasibilidad; en lo más secreto, ardor inextinguible. El filósofo es un energúmeno conservado entre hielo. Porque el hielo es el gran conservador, así para las pasiones como para las cosas comestibles, que en cuanto se las saca al aire y a la luz se ponen rancias, manidas. El filósofo vive todos los dramas; jamás es espectador.
Y de aquel libre y único florecimiento de la plenitud de nuestra naturaleza, surgió el milagro griego , una inimitable y encantadora mezcla de animación y de serenidad, una primavera del espíritu humano, una sonrisa de la historia.
La ferocidad igualitaria no ha manifestado sus violencias en el desenvolvimiento democrático de nuestro siglo, ni se ha opuesto en formas brutales a la serenidad y la independencia de la cultura intelectual.
El revólver es para matar a ese y a esa... sobre todo a la francesota, infame, traicionera... Guillermina recibió impresión muy fuerte con estas palabras; pero hizo un esfuerzo por aparentar que no perdía su serenidad. «Fuertecillo es, sí, señora... Pero su marido de usted no hará nada. He hablado con él y me ha parecido muy razonable».
¡Cosa rara!: fueron menores sus desconciertos y más llevaderas sus impresiones, en las proximidades del momento crítico, del instante que más le deslumbraba a él cuando le consideraba desde lejos; y en cuanto se sentó a la mesa del festín, era ya dueño absoluto de sus nervios, de su memoria y de toda su ordinaria y olímpica serenidad.
Pero había perdido en el tanteo la poca serenidad que le quedaba. Entonces se tragó el segundo vaso de agua; y al ver desocupados los dos, el ujier puso a su lado otra bandeja con otros tres. Hizo un esfuerzo supremo, y se tiró de pechos al asunto, como pudiera haberse tirado desde un balcón a la calle, si junto a sí le hubiera tenido abierto. ¡Así salió ello!
A los pocos minutos recobraba su serenidad, el gesto grave que era frecuente en ella desde el principio de las hostilidades. Hablaba de su madre, siempre triste, esforzándose por ocultar su pena y animada por la esperanza de una carta del hijo; hablaba de la guerra, comentando las últimas acciones con arreglo al retórico optimismo de los partes oficiales.
Ella, que observaba con serenidad los acontecimientos, sintió de pronto llenarse su corazón de tal angustia, que se desplomó sobre un sillón, sollozando. El señor Aubry pasó muy agitado la noche, y el día siguiente no fue mejor. El médico, sin pronunciarse de un modo categórico, recomendó el reposo absoluto.
Debiera usted morirse de vergüenza. Señora, yo no sé de qué habla usted dijo Clara, perdiendo por completo la serenidad. ¡Insolente! Y aún se atreve á disimular, después de tanta desvergüenza. ¿Cree usted que está tratando con personas como usted? ¡Miren la necia! tan necia como perversa. Ahora mismo va usted á salir de esta casa.
Palabra del Dia
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