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Actualizado: 18 de junio de 2025
Quiso, pues, llevar a doña Guiomar a que se sentase en un canapé que en el aposento había, y con voz dulce, y tentadora, y acariciadora, y enamorada, la dijo: Ni yo para más que para vos vivo, hermosa y adorada señora mía, ni pudiera vivir después de conoceros, si no fuese para cifrar en vos mi ventura, ni pensar quiero, porque sólo pensar en ello me mataría, que de vos habré de vivir apartado y a otra unido; que sería como verme unido a un insoportable tormento, que me haría desear, como un menor mal, la muerte.
Su frente calva y su barba luenga y blanquísima le daban muy venerable aspecto. Sobre la mesa, además de la lámpara, había recado de escribir, un crucifijo de metal sobre una cruz de ébano, varios libros manuscritos e impresos y una calavera. Cuando entró Fray Miguel, el Padre Ambrosio le indicó para que se sentase un sillón de brazos, al otro lado de la mesa y enfrente al que él ocupaba.
Presidente electo, que en el dia anterior habia hecho formal renuncia del cargo de Vocal de la primera Junta establecida, y que solo por contribuir á la tranquilidad pública y á la salud del pueblo, admitia el que le conferian de nuevo; pidiendo se sentase en la acta esta su exposicion.
Pero no tuvo tiempo de pensar mucho en esto, porque de repente... tilín. Era próximamente la una y media. Corrió a abrir la puerta. El corazón le saltaba en el pecho. La figura negra avanzó por el pasillo para entrar en la salita. Fortunata estaba tan turbada que no acertó a decirle que se sentase y dejara la canaleja.
A la bendita y honesta cena de esta excelente familia no asistía nunca, desde muchos años, el señorito Melchor, que cenaba con sus amigos. Lejos de censurar esto, D.ª Laura hallaba natural que su hijo, escogido entre los escogidos, no se sentase a la vulgar mesa de sus padres. Mejor papel haría en otra parte. Ya Melchor se rozaba con literatos, diputados, artistas y empleados de cierta categoría.
Cuenta, pues, la historia, que Sancho no durmió aquella siesta, sino que, por cumplir su palabra, vino en comiendo a ver a la duquesa; la cual, con el gusto que tenía de oírle, le hizo sentar junto a sí en una silla baja, aunque Sancho, de puro bien criado, no quería sentarse; pero la duquesa le dijo que se sentase como gobernador y hablase como escudero, puesto que por entrambas cosas merecía el mismo escaño del Cid Ruy Díaz Campeador.
Con un gesto indicó a su empleado que se sentase, y Fermín, hundido en un sillón, dejó vagar su mirada por esta pieza, en la que no había entrado nunca.
Corría de un lado á otro poniéndole dos sillas á un mismo tiempo para que se sentase. Hacía mil reverencias ridículas y no se cansaba de repetir «¡que cuándo podía esperar ella que la señora condesa se dignara entrar en una choza tan miserable!» El joven escuchaba las zalamerías de su madre con indiferencia: Laura, con semblante risueño y agradecido.
No sólo consintió esta buena señora que el torero entrase en la casa y se sentase a su mesa, sino también que las acompañase en público en más de una ocasión.
Ahora lo distinguía perfectamente; era él, pero aun más abatido y desmejorado que cuando por última vez lo vio; velaban su rostro tintas cárdenas, y la negra barba lo sumía en un cerco de sombra; sus ojos brillaban cual si tuviese calentura. Sentase al escritorio y escribió dos o tres cartas. Estaba frente por frente a Lucía y ella le devoraba con los ojos.
Palabra del Dia
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