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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Se contemplaba andando a gatas por un corredor interminable, ante una fila de puertas numeradas con esa uniformidad que luego había visto en cuarteles y presidios. Muchas mujeres sentadas ante las puertas cosían y charlaban.

Detrás de la reja, majestuosa y cómodamente sentadas, dos matronas, tan gordas, que casi no caben las dos de frente, con las costas repletas de papelillos en la falda, despachan su mercancía, echando de vez en cuando por aquella boca un ¡Caballero! que más parece un bostezo, que un llamado.

Porque la calle de Serrano, con ser la más grande y hermosa de Madrid, tiene un carácter marcadamente provincial: poco tráfago; tiendas sin lujo y destinadas en su mayoría a la venta de los artículos de primera necesidad; los niños jugando delante de las casas; las porteras sentadas formando corrillos, departiendo en voz alta con los mancebos de las carnicerías, pescaderías y ultramarinos.

Apenas sentadas, empezaron a manejar los gemelos y sus ojos se detuvieron en Magdalena. Esta, involuntariamente, hizo como ellas. Hubo por un segundo un cambio de observación escudriñadora que me heló de espanto, porque al primer golpe de vista había reconocido un rostro testigo de antiguas debilidades y al encontrarlo de nuevo causa de recuerdos detestados.

Optó al fin por esto último y aguardó. Pronto le divisaron, porque había pocas personas sentadas; la brigadiera arrugó la frente en testimonio de desagrado y pasó sin dirigirle una mirada.

En la familia inglesa hay algo que yo no quisiera ver; como por ejemplo las leyes que hacen un tanto dura la condicion de la mujer, pero á pesar de todo, no puedo ménos de admirarla. Sentadas estas breves apuntaciones que he creido necesario consignar, ántes de conducir al lector á Inglaterra, vamos á ponernos en marcha. Salí de Paris á las ocho de la noche en tren directo.

Pero esta afición no la conocía nadie más que los libreros y fotógrafos, que tenían buen cuidado de pasarle recado así que llegaba de París, Londres o Viena alguna remesa. En un rincón estaban sentadas Pascuala, una viuda sin recursos que servía a Clementina mitad de amiga, mitad de dama de compañía, y Pepa Frías que acababa de llegar.

En los balcones, en las ventanas y en las puertas de las casas, las personas de más edad y fuste estaban sentadas en sillas. Las jóvenes se paseaban o se paraban a contemplar las tiendas de mercaderes ambulantes que se extendían por la plaza y por dos o tres calles de las que en la plaza desembocan. Las tiendas a las que se agolpaba más gente eran las de juguetes y muñecos.

Pues, señor, el criado se puso el sombrero y me llevó a una casa muy grandísima y muy alta, que era a moo de iglesia, sólo que en el lugar de cirios, tenía unas lámparas que alumbraban como soles. En rededor había como unos asientos, en que estaban sentadas, más tiesas que husos, más de diez mil mujeres, puestas en feria, como redomas en botica.

Nunca le tomó apego, como el Cura, a la caza mayor... en los breñales, se entiende, porque a la vera de su casa o al amor de la lumbre, se zampa un buey en dos sentadas, si hay quien se le ofrezca. Por eso y otras cosas, le llamamos los que bien le queremos, sin que a mal lo tome ni se ofenda, «Marmitón».

Palabra del Dia

bagani

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