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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Y don Sebastián erguía su cuerpo de anciano obeso, estirando los brazos con la arrogancia de los últimos restos de su vigor.

Digo que él salía de San Sebastián. Le vi venir de allá, mirando al reloj de Canseco. Yo estaba en la tienda. El tendero salió a saludarle. D. Carlos me vio; hablamos... ¿Y qué te dijo? Cuéntame qué te dijo. ¡Ah!... Me dijo, me dijo... Preguntome por la señora y por los niños.

Dos caras, como algunas personas, tiene la parroquia de San Sebastián... mejor será decir la iglesia... dos caras que seguramente son más graciosas que bonitas: con la una mira a los barrios bajos, enfilándolos por la calle de Cañizares; con la otra al señorío mercantil de la Plaza del Ángel.

El vigilante y prudentísimo don Rosendo había averiguado por medio de sus agentes de Madrid, que el duque de Tornos, conde de Buenavista, emparentado con la real familia, embajador que había sido en Francia, mayordomo mayor de palacio, etc., etc., un personaje de mucho bulto en la corte y en la política, estaba decidido a pasar el verano en Sarrió para tomar los aires del mar, que le hacían mucha falta, con más sosiego que en San Sebastián o Biarritz.

En San Sebastián no hay más que jacales, y toda esa gente habrá posado en la casa del Padre. No lo que harán, para colocar a tantos en una casa tan chica y tan incómoda, ni qué darán de comer a tanta boca. Mandarían por víveres a Pluviosilla.

Resucitaba en ella la antigua manía patronímica y gentilicia. ¡Tío, tío! ¡Sebastián, Sebastián! A ver: ¿a quién se parece Antonio? ¿Quién es Antonio? preguntó Marta. Pues, hija, el amo de la casa: mi hijo. Se llama Antonio, para mis adentros, desde el momento en que yo tuve cabeza para pensar en algo que no fuese el peligro y el dolor.

En el comité lo han vuelto medio tonto con sermones y soflamas. El toreo es un progreso continuó el doctor, sonriendo , ¿te enteras, Sebastián? un progreso de las costumbres de nuestro país, una dulcificación de las diversiones populares a que se entregaban los españoles de otros tiempos; esos tiempos de que te habrá hablado muchas veces tu don Joselito.

El imponente don Sebastián, que hacía temblar con una mirada al cabildo y a todos los curas de la diócesis, mostrábase alegre, fraternal y confianzudo cuando de tarde en tarde veía a Tomasa. Era el único recuerdo vivo que quedaba de su infancia en la catedral.

Pero él rehusaba estas felicitaciones. ¿Qué importaba lo que él hubiese hecho? ¡Todo... «líquido»! Lo interesante era el pobre Juan, que estaba en la enfermería luchando con la muerte. ¿Y cómo está, señó Sebastián? preguntaba la gente, volviendo a su primer interés. Muy malito. Ahora acaba de gorverle el conosimiento.

Sebastián conocía sus amores con doña Sol, la había visto, aunque de lejos, y ella había reído muchas veces oyéndole relatar las originalidades del banderillero. Este acogía con un gesto de austeridad las confidencias del maestro. Lo que debe hacé, Juan, es orviarte de esa señora.

Palabra del Dia

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