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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Una especie de sarcófago elevábase entre estos adornos, y en él se leía en antigua letra española: «El Inquisidor Decano don Jaime Febrer.» El pacífico mallorquín que al volver a su casa encontraba esta cartulina de visita debía sentir un espeluznamiento de terror.
Aquel personaje tendido sobre su sarcófago con la severa toga del que juzga a sus semejantes no siempre había sido ceñudo y austero, como lo mostraba el escultor. Alguna vez el hombre vencería al personaje, y recatándose como un mozuelo, dando al diablo su gesto imponente, habría buscado un rayo de felicidad en misteriosos rincones, lejos de la familia, abominando de su moral avinagrada y áspera.
Dimos un adiós á aquella mansión, grabando antes en ella los nombres de los Sres. Montano y Rey cuyos nombres quedaron unidos á los nuestros en aquel inmenso sarcófago. Al poner el pié en la escala rozó nuestra cabeza una golondrina; alzamos la vista y vimos colgaba su nido en uno de los ángulos de la piedra.
Si a primera vista se podía sospechar que el tal gimoteaba por la molestia de llevar tanta cosa sobre sí, alas, flores, cintajos, y plumas, amén de un relojito de arena, bien pronto se caía en la cuenta de que el motivo de su duelo era la triste memoria de las virginales criaturas encerradas dentro del sarcófago.
A través del sarcófago provisional, en que se depositaron los restos de Bonaparte, se puso la espada que el muerto habia legado al general Bertran, y el sombrero que llevaba en Eylau, dado por el mismo al baron Gros. Seguimos hácia el fondo. Detrás del altar mayor, hay una escalera de mármol, que conduce á una cripta, ó bóveda subterránea, en donde se custodia una sepultura.
Imposible parece que la muerte pudiese buscar un sitio más imponente, más agreste, más inhospitalario y más misterioso que aquel calcinado monolito que se mantiene en pie por un prodigio de equilibrio, evitando su desmoronamiento innumerables baletes, cuyas retorcidas y múltiples raíces constituyen otros tantos eslabones que encadenan una por una las infinitas grietas que el tiempo y las aguas han ido corroyendo en aquel fantástico sarcófago, á cuya entrada brama de continuo la salvaje voz del gran Pacífico.
El pobre señor, azarado, no sabía qué decir. Sus tonterías envalentonaron a Zapata, que prosiguió mortificándole: «Y ahora que estamos en fondos, amigo Ponte, lo primero que tiene usted que hacer es jubilar el sarcófago. ¿Qué? El sombrero de copa que tiene usted para los días de fiesta, y que es de la moda que se gastaba cuando ahorcaron a Riego. ¿Qué entiende usted de modas?
Leeds desapareció por una puerta y al cabo de algunos segundos volvió con una caja de madera oscura, carcomida, con algunas inscripciones representadas por aves, mamíferos, flores, cabezas humanas, etc. Señoras y señores, dijo Mr. Leeds con cierta gravedad: visitando una vez la gran pirámide de Khufu, faraon de la cuarta dinastía, dí con un sarcófago de granito rojo, en un aposento olvidado.
Palabra del Dia
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