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Actualizado: 21 de junio de 2025
El 2 y 3 de Junio los moros atacan los convoyes, trabándose sangrientos combates; el mismo día 3 se sostuvo otro combate en las inmediaciones de Cabasaran.
Creí sentir que una mano de muerta me hundía las uñas en el pecho; ante mis ojos pasaron relámpagos sangrientos; lancé un grito... luego creí oír que una voz me gritaba: «¡Vuela a socorrerla, vuela a socorrerla, sálvala, dá tu propia vida para conservar la suya!» Bruscamente me erguí; había vuelto a encontrar mis fuerzas.
Los ojos sangrientos de Plutón brillaron con gozo malicioso. Luego se acercaron un poco más á las jóvenes, Joyana hacia Flora, Plutón hacia Demetria. Y haciéndose una seña se arrojaron de improviso sobre ellas sujetándolas fuertemente y aplicando al mismo tiempo sonoros y lúbricos besos en sus mejillas.
Entonces caía anonadado, sudoroso, sobre una poltrona y murmuraba en el silencio del cuarto, en donde las velas que ardían en los bruñidos candelabros de plata prestaban tonos sangrientos a los rojos damascos: ¡Es preciso matar a este muerto!
.........El destino suyo, Pues que muriendo á mis celos, Que son sangrientos verdugos, Vino á morir á las manos Del mayor monstruo del mundo.
Tan grande fué el número de cristianos muertos, que á los pocos meses quedó colmada de cadáveres la angostura, siendo tal el horror y la pestilencia que difundian los esqueletos y sangrientos despojos amontonados, que se convirtió aquella tierra en un espantoso desierto de muchas millas á la redonda.
Se aproximó y se estremeció de horror. Un cadáver casi desnudo, pálido, destrozado, cubierto de musgo y de fango, los miembros crispados, los cabellos ralos y sangrientos, y a través del desorden de aquellas facciones deshechas y mancilladas, un aspecto lleno aún de nobleza y de dulzura; así fue como Carlos Munster se ofreció a su vista.
Se quedó delante de mí, el látigo con mango de concha entre los dientes, lívidas las mejillas, los ojos inyectados, salpicándome de sangrientos resplandores; luego dejó oír una o dos carcajadas convulsivas que me helaron. Su caballo volvió a partir a escape tendido.
Inútiles fueron los esfuerzos denodados de éstos por llegar hasta la altura; la estrechez y la pendiente del camino y los obstáculos que añadían á su paso los cuerpos de hombres y caballos hacinados y revolcándose en sangrientos montones sólo les permitían avanzar lentamente, haciéndolos fácil blanco de las flechas enemigas, y muy pronto se oyó el toque de retirada.
Estos combates, sangrientos y obstinados, eran estériles siempre. Ni Rayasinga lograba apoderarse de ningún fuerte de los portugueses, ni estos, salvando las montañas y atravesando los desfiladeros, llegaban a asediar la capital de Rayasinga.
Palabra del Dia
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