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El dia 21, habiendo hecho primeramente en la capilla de Loreto una procesion de penitencia, y cantada en el mismo lugar una misa solemne y votiva pro gravi necessitate, salieron del pueblo de San Miguel 350 soldados, todos de caballeria, los que pasarian del número de 400 en uniéndose con aquellos que ya estaban de guardia.

Despues del segundo Domingo, dia 3 de Mayo, como bajasen de la estancia de San Bernardo á las cabeceras del arroyo llamado Ibabiyú, que está á la vista de la estancia de San Ignacio, de la jurisdiccion de San Miguel, salieron de repente 2,000 indios de los escondrijos, en donde se ocultaban, y se estendieron por las cumbres de los opuestos collados, y se formaron en media luna: los de á pié se mantuvieron en las colinas; pero la caballeria, capitaneada por los gentiles, á toda carrera acometió al enemigo.

»Señor cura: »Ya no se casa nuestra señorita. Como tengo gran confianza en el buen San Pablo, había prometido al gran apóstol dar un paso cerca de usted en el caso de que nuestra señorita no se casara con el señor que ha venido con motivo de las antigüedades de la señora. »Cumplo mi voto. »Pienso, señor cura, que Santa Catalina no es una verdadera solterona, puesto que murió joven.

Así también, en Avila, tenían derecho a ser enterrados en la parroquia de Santo Tomé, donde existe la capilla de su linaje; en Santo Tomás el Real, dentro mismo del templo; y en los lucillos de San Vicente, en cuya iglesia estaban pintadas las armas de aquella familia sobre los asientos de la capilla mayor, según uso calificado y antiguo.

Notaron, , de súbito, una cosa inexplicable y fenomenal. Todas las figurillas del Nacimiento se movieron, todas variaron de sitio sin ruido. El coche del tranvía subió á lo alto de los montes, y los Reyes se metieron de patas en el arroyo. Los pavos se colaron sin permiso dentro del Portal, y San José salió todo turbado, cual si quisiera saber el origen de tan rara confusión.

No es esto, sin embargo, lo que me impulsa á escribir el presente prólogo, como tampoco me ha movido á escribir el que años ha puse al frente de mi novela La Hermana San Sulpicio.

Ascendieron juntos en el funicular del monte Vomero á las alturas coronadas por el castillo de Sant Elmo y la cartuja de San Martino.

Las tiendas estaban cerradas, no había estudiantes en la entrada de San Carlos, ni corros ante las tabernas, ni chicos jugando en las socavas de los árboles.

Aunque los templos no ofrecían seguro asilo, y algunos, como el de San Sebastián, estaban en el suelo, abriéronse las puertas de las principales iglesias, cuyas comunidades elevaban preces al Altísimo, en unión del aterrorizado pueblo, que buscaba refugio en la casa del Señor.

Si Santa Magdalena se levantara de la tumba, es bien seguro que se persignaria escandalizada de que la adorasen aquí; es bien seguro de que miraria en este templo, lo que un aleman miraba en la Basílica de San Pedro de Roma: UNA DELICIOSA TENTACIÓN.