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Hecho esto, enrolose en el primer regimiento de cazadores de Africa; tuvo la suerte desde el principio de formar parte de una pequeña columna expedicionaria en el desierto de Sahara, condújose valerosamente, obtuvo con mucha rapidez algunos grados, y al cabo de tres años iba a ser nombrado subteniente, cuando se enamoró de una joven que representaba La fille de madame Angot, en el teatro de Argel.

Recorríamos la Siberia, la España, el Sahara, Alaska, Groenlandia, Siria, Siracusa, Macedonia, Tierra del Fuego, Holanda, Antioquía... Y mares, bosques, hielos, estepas, montañas, desiertos, pampas... También atravesábamos tierras sumergidas, Lemuria, Atlántida, Sudlandia, Cracatoa... Y asimismo ciudades subterráneas, en Nicomedia, en Babilonia, Pompeya, Herculano.

¡Primeras penas! ¡Primeras embriagueces! Todo eso cabe en esta estrecha plazuela, grande como un Sahara para los ojos infantiles apenas abiertos hacia el mundo.

A España vinieron sucesivamente atlantes, iberos primitivos, proto-escitas, fenicios, celtas, griegos, cartagineses, romanos, godos, alanos, suevos, vándalos, judíos, árabes, sirios, persas, eslavos, berberiscos, normandos y hasta negros de más allá del Sahara. Sobre poco más ó menos, en los demás países ha sucedido lo mismo.

Según ellos, son los cristianos quienes con sus operaciones mágicas han hecho desaparecer las aguas, y si algún nigromántico poderoso no hace aparecer nuevamente las fuentes, sus valles estarán eternamente secos. De esos ríos malditos del Sahara, conocemos algunos cuyos valles tienen cientos y miles de kilómetros de anchura.

Otra vez, en África, me encontré a un cazador que llevaba sobre su camello un magnífico león muerto. No diga usted más le atajé, sonriendo . Era el gran Tartarín de Tarascón. Fuimos muy amigos. Juntos cazamos jirafas, caimanes... Y figúrese que cierta noche... En medio del desierto de Sahara... interrumpí . Naturalmente, amigo Sindulfo. Usted es un grande hombre.

No me parecía prudente enterrar allí los cofres, y busqué otro punto mejor. Todas aquellas lomas y montículos del río, formados de arena, probablemente cambiarían de posición y de forma al impulso del viento del Sahara. Era necesario encontrar jalones más firmes.

Sarmiento mismo le ha llamado «el génesis de la Pampa» , y él mismo dice que nadie ha caracterizado mejor la fisonomía de su libro que el historiador López cuando lo llamó «historia beduína» . «López no se da cuenta del origen de sus impresiones» agrega . «El vió escribir el Facundo sin archivo en país extranjero, al tiempo que rendía exámenes de latín escaso en De Bello Jugurthæ, de Salustio, y ya sabemos la indeleble y eterna asociación de las ideas» . Y apoyándose en la recóndita y lejana asociación juvenil que cree ver en el juicio del compañero proscripto de otro tiempo, Sarmiento insiste con orgullo: «Es el Facundo el Jugurta argentino; el libro sin asunto, porque la guerra contra el caudillo númida, escapando en el Sahara a las pesadas legiones romanas, no marca en la historia; es apenas un episodio sin consecuencia.

En el interior del Asia, en la Península arábiga, en el Sahara y el desierto del Africa Central, en las llanuras del Nuevo Mundo, y hasta en ciertas regiones de España, cada fuente es algo más que el símbolo de la vida; es la vida misma: que el agua sea abundante y la prosperidad del país se acrecentará; si la cantidad disminuye ó desaparece completamente, los pueblos se empobrecen ó mueren: su historia es la del hilo de agua, cerca del cual construyen sus cabañas.

Esto le hizo recordar que el famoso Prado era un arenal completo en el que había de todo menos verdura y poesía; que el mismo desierto de Sahara no estaba más reñido que él con la vegetación, ni presentaba un aspecto más triste y desconsolador á las tres de una tarde de verano. Por fortuna, don Silvestre era muy poco artista y mucho menos literato, y con ello se ahorró otros muchos desengaños.