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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Viéndola don Juan en actitud tan indiferente y desdeñosa se amilanó por completo. Cristeta, después de complacerse unos segundos en saborear aquella turbación, dijo fríamente: Aquí me tienes. ¡Cuánto te agradezco... vida mía! No, Juan, tuya no. He venido y he hecho mal, lo sé; ahora lo siento. Pero quería suplicarte de rodillas, exigirte, si es necesario, que no vuelvas a pensar en mí.
Tendría gracia que fuese yo capaz de recogerla de los brazos de otro, cuando ahora es mía, y nada más que mía. Eso sería lo mismo que no saborear un buen plato, dejar que se lo llevaran a la cocina, y cuando lo hubieran catado y pringado en él los criados, volver a pedirlo para chuparme los dedos de gusto. ¡Qué mal organizado está el mundo!
La vio mucho tiempo, y cuando las copas de los árboles sumergidos le ocultaron el balcón, inclinó la cabeza, entregándose al silencioso placer de saborear la dulzura que aún sentía en sus labios. Las elecciones pusieron en movimiento a todo el distrito.
Bonis se había encerrado en su alcoba, ya que su mujer rechazaba enérgicamente las expansiones del futuro padre, que hubiera deseado vivamente saborear en santo amor y compaña de su esposa las delicias de la inesperada y bien venida noticia que acababa de darles D. Basilio.
Aunque se sintiese en cierto modo pesaroso de su triunfo, era éste tan notorio, que no había más remedio que saborear la amarga dicha y tomar con calma las cosas.
Aprendería el castellano para saborear las obras de Ojeda, que indudablemente era un genio. Se lo decía su amor. Cuando viviesen juntos, entraría de puntillas en su estudio, permaneciendo detrás de él en amorosa contemplación, como una esclava.
Ella estaba junto a los cristales, me veía, me saludaba y cerraba las maderas del balcón de su cuarto. Yo necesitaba estar solo para saborear mi felicidad, y en vez de ir al casino o a mi casa, me marchaba al Rompeolas, me sentaba en el pretil con las piernas para afuera y miraba el mar a la luz de la luna o a la luz de las estrellas, retorciéndose en torbellinos furiosos.
Tenía los ojos cargados de una curiosidad maliciosa más irritada que satisfecha; se santiguó, como si quisiera comerse la señal de la cruz, y se recogió, sentada sobre los pies, a saborear los pormenores de la confesión, sin moverse del sitio, pegada al confesonario lleno todavía del calor y el olor de don Custodio.
No pongas esa cara tan seria. ¡No te van a envenenar...! Y, además, me divertirá saborear contigo un plato del que hemos hablado en circunstancias tan particulares... Espero que mi cocinera recordará la manera de hacer la salsa. LIONEL. Yo también lo espero. ¡Tu famoso plato va a resultar incomestible...!
Sabes que tengo la pasión del campo, la pasión de la mar, la manía de andar mucho, y el vicio de embadurnar lienzos y papeles, por no decirte que tengo el vicio de pintar; pues para saborear y dar fomento a estos vicios y pasiones, hay aquí no solamente los medios abundantes que ofrece la Naturaleza, sino ciertos recursos accesorios, pero de grandísima importancia, que me ha proporcionado la casualidad.
Palabra del Dia
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