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Actualizado: 24 de junio de 2025
A Sabel la halló en el sitio de costumbre, entre sus pucheros, pero sin el antiguo séquito de aldeanas viejas y mozas, de la Sabia y su dilatada progenie. Reinaba en la cocina orden perfecto: todo limpio, sosegado y solitario; la persona más severa y amiga de censurar no encontraría qué.
Sería bueno barrer... y pasar también la escoba por entre las vigas. Sabel se encogió de hombros. El señor abad no me mandó nunca que le barriese el cuarto. Pues, francamente, la limpieza es una cosa que a todo el mundo gusta. Sí, señor, ya se sabe.... No pase cuidado, que yo lo arreglaré muy arregladito.
Juzgando a las gentes con quienes había trabado conocimiento en pocas horas, se le figuraba Sabel provocativa, Primitivo insolente, el abad de Ulloa sobrado bebedor y nimiamente amigo de la caza, los perros excesivamente atendidos, y en cuanto al marqués.... En cuanto al marqués, Julián recordaba unas palabras del señor de la Lage: Encontrará usted a mi sobrino bastante adocenado.... La aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece.
Le quería dar un beso. Sabel salió y volvió con el chiquillo agarrado a sus sayas. Le había encontrado escondido en el pesebre de las vacas, su rincón favorito, y el diablillo traía los rizos entretejidos con hierba y flores silvestres. Estaba precioso. Hasta la venda de la descalabradura le asemejaba al Amor. Julián le levantó en peso, besándole en ambos carrillos.
Ponga el chocolate ahí dijo a Sabel. Mientras la moza ejecutaba esta orden, Julián alzaba los ojos al techo y los bajaba al piso, y tosía, tratando de buscar una fórmula, un modo discreto de explicarse. ¿Hace mucho que no duerme en este cuarto el señor abad? Poco.... Hará dos semanas que bajó a la parroquia. Ah.... Por eso.... Esto está algo... sucio, ¿no le parece?
A bien que el cinco del mismo palo profetizaba después unión feliz. Todo esto, dicho por la sibila en voz baja y cavernosa, lo escuchaba solamente la bella fregatriz Sabel, que con los brazos cruzados tras la espalda, el color arrebatado, se inclinaba sobre el oráculo, que más parecía provocarla a curiosidad que a regocijo.
Desde que madrugando había visto a Sabel salir del cuarto de don Pedro, dábale un vuelco la sangre cada vez que tropezaba al chiquillo y notaba el afecto con que lo trataba Nucha a veces. Cierto día entró el capellán en la habitación de la señorita y encontró un inesperado espectáculo.
Sabel se incorporaba ayudada por el capellán, gimiendo y exhalando entrecortados ayes.
Sabel, por su parte, a medida que el banquete se prolongaba y el licor calentaba las cabezas, servía con familiaridad mayor, apoyándose en la mesa para reír algún chiste, de los que hacían bajar los ojos a Julián, bisoño en materia de sobremesas de cazadores.
No señor; no señor.... Es capaz de morirse el pequeño.... He oído que el vino es un veneno para las criaturas.... Lo que tendrá será hambre. Sabel, que coma el chiquillo ordenó imperiosamente el marqués, dirigiéndose a la criada.
Palabra del Dia
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