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Actualizado: 7 de junio de 2025
Había recordado súbitamente que Isidora pleiteaba con una casa noble. ¡Cielo santo!, aquella casa era la de Aransis, sí, recordaba haber oído vagas noticias sobre ello, porque Isidora hablaba de su pleito sin nombrar jamás a la marquesa. Sin duda las cosas importunas dichas por Bou al visitar las salas habían ofendido a la joven, que se suponía heredera y lo era sin duda de tan ilustre familia.
Hasta la memoria le faltaba fuera del café, y como a veces se olvidara súbitamente en la calle de nombres o de hechos importantes, no se impacientaba por recordar, y decía muy tranquilo: «En el café me acordaré». En efecto, apenas tomaba asiento en el diván, la influencia estimulante del local dejábase sentir en su organismo.
No sea loco, Ulises... Eso no será nunca... ¡nunca! Y súbitamente engrandecida al alejarse, entró en la estación con paso altanero, sin volver la cabeza, sin preocuparse de si Ferragut la seguía ó la abandonaba. Durante la larga espera y el descenso á la ciudad, Freya se mostró irónica y frívola, como si no guardase ya memoria de su reciente indignación.
Por esto á todos indignó el saber en 1637, que á persona tan respetable le hubieran robado la cantidad de 2.000 ducados en su celda, y más, porque el autor del robo había sido un fraile lego que le servía, y el cual desapareció súbitamente, sin que fueran de resultado alguno las pesquisas activas que se llevaron á cabo por encontrarle.
Al bajar los ojos una de las veces Elena creyó ver algunas palabras escritas sobre el mármol del antepecho. Bajó un poco más la cabeza y las leyó. Súbitamente acudió la sangre a su rostro, poniéndose roja como una brasa; inmediatamente pálida. Se irguió con extraño ímpetu y mirando al pintor con ojos extraviados le dijo: Tenga usted la bondad de salir por un momento. Me siento mal.
¿Usted? dijo la señorita de Porhoet, haciendo alto súbitamente, ¿usted es un Champcey d'Hauterive? Desgraciadamente, sí, señorita. Eso cambia la especie dijo; déme, primo, su brazo, y cuénteme su historia. Creí que en el estado en que las cosas se hallaban, lo mejor era no ocultarle nada.
¡Oh, caso portentoso! Ricardo observó, con pasmo, que al tiempo de hacerle la caricia, el rostro de María se había trocado súbitamente por el de Marta. Sí; eran sus ojos negros y rasgados, sus mejillas frescas y sonrosadas, sus negros cabellos cayendo en rizos por la frente.
¿Es la luna? preguntó en inglés señalando una leve mancha láctea a ras del horizonte. Tal vez respondió Fernando en el mismo idioma . Pero no... Creo que la luna sale más tarde. Y tras este cambio breve de palabras, que recordaba los diálogos incoherentes de un método para aprender lenguas, los dos se vieron súbitamente aproximados.
Andrés, la mayor parte del tiempo, no atendía al argumento del discurso por contemplar más a su placer el juego expresivo y gracioso de su fisonomía, sus ojos brillantes, su boca virginal, los movimientos vivos, resueltos, de su cuerpo, mórbido y exuberante de vida. Pero esta charla interminable de una parte y esta contemplación extática de la otra, cesaron súbitamente.
Un sentimiento de honda pena, una lástima dolorida llenó todo el espíritu de Delaberge... ¡No le faltaba más que ser el rival de su propio hijo! Lo que en él había de sensibilidad generosa, adormecida por una larga práctica del egoísmo y por la costumbre de no vivir sino para sí, despertóse súbitamente en su corazón.
Palabra del Dia
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