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Actualizado: 10 de junio de 2025


Miguel Fedor se acordaba de su propia emoción, de los suntuosos funerales ordenados por la princesa idénticos á los de un soberano fallecido en el destierro , pero aún tenía más presentes los extremos de dolor de su madre. También ella quería morir. Las doncellas rusas tuvieron que arrancar de sus manos un frasco de láudano, recibiendo por su abnegación unos cuantos puñetazos más que de costumbre.

Lo que importa para que la poesía sea buena y legítima es, por consiguiente, la sinceridad: que todo se exprese con la natural sencillez que no excluye, sino que requiere, la elegancia, y que nada se sienta, ni se piense, ni se diga con afectación para aterrar a los burgueses, para alcanzar la originalidad por la extravagancia, para seguir la última moda de París o para imitar novedades germánicas, rusas o suecas.

A pesar del abatimiento en que hemos caído, y a pesar de la admiración y de la semi-adoración que unida al propio menosprecio quieren algunos hacernos sentir, no ya sólo por las novelas inglesas y francesas, sino también por las suecas y las rusas, el prurito de imitarlas, o bien no se da, o si se da produce el no esperado efecto de que imitemos, tal vez sin pretenderlo y hasta sin sospecharlo, impulsados por invencible atavismo, la antigua novela española.

Bien pudiera decirse de ella lo que con mucho menos motivo dicen que dijo Voltaire de las Cartas persianas de Montesquien: ¡esas cartas persianas tan fáciles de componer! ¡...! No pretendo rebajar ni ensalzar aquí el mérito de las novelas francesas y rusas, que encomia el Sr. Reyles, ni de estas otras novelas americanas que yo he citado.

Todo está muy bien, me dije encaminándome lentamente hacia el castillo, pero si su corazón cambia, puede enamorarse de otra mujer durante sus viajes. Casualmente dicen que las rusas son muy lindas. Será preciso mandarle a Laponia. Eché a correr con todas mis fuerzas y llegué a la puerta del castillo en momentos en que el comandante subía a su carruaje.

O la humanidad era más boba y simple en los pasados siglos que lo es en el día, o no hay tal superioridad en las novelas rusas y francesas de ahora. ¿Dónde está la novela de ahora, rusa o francesa, a la que pueda nadie prometer, no la perpetua juventud, no la vida inmortal que tiene el Quijote, sino la longevidad gloriosa y el favor popular de que gozó durante dos o tres siglos el Amadís de Gaula?

Pero desde esto hasta la exagerada admiración del Sr. Reyles por las novelas francesas y rusas, hay todavía enorme distancia, que yo no paso. Las comparaciones son odiosas, y no trataré yo de sostener contra el Sr. Reyles que la novela contemporánea española no es inferior a las de los países citados.

Recordando a las princesas rusas, a las ladies inglesas, a las condesas alemanas, a las francesas del Faubourg Saint-Germain, y hasta a las griegas fanariotas, que había tratado con la mayor intimidad, iba sosteniendo que no valían un bledo todas las mujeres que se paseaban en aquel momento en los jardines.

Barquillos cuscurrosos, confituras rusas, mantelería adamascada, cucharas y cuchillos de mango de cuerno... y, por arriba de todo eso, un fino vapor azulado que se escapa del aparato del café y que da al conjunto cierto tono más íntimo. Nos sentamos y bebimos. El viejo se holgaba extraordinariamente; la baronesa se sonreía con expresión resignada, y Yolanda me hacía ojitos.

¡Ahí es nada ser ruso, esto es, ser del país del terrorismo y del bolchevismo!... Mi amigo Corpus Barga, actual redactor de El Sol en París, tuvo la debilidad de interesarse por las cuestiones rusas, y en cuanto se presentó en España, con unos bigotes caídos a la tártara, la Policía lo cogió y lo metió en la cárcel. Otro amigo mío, que quiso estudiar ruso, fue detenido a la tercera lección.

Palabra del Dia

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