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Ángel, que era uno de éstos, se halló entre sus manos las ruinas del edificio que había construido con amargos sudores antes de dormirse. En reconstruirle se le pasó la mañana. Y gracias que lo consiguió; porque no todos lo consiguen. A la hora de comer, tampoco adelantó un paso su negocio; y en ciertas situaciones de la vida, no adelantar equivale a retroceder. Había que hacer la visita.

Temores de cuchillo serán a mi pueblo; por tanto, hiere el muslo; 14 , pues, hijo de hombre, profetiza y bate una mano con otra, y dóblese el cuchillo la tercera vez, el cuchillo de muertos; éste es cuchillo de gran matanza que los penetrará, 15 Para que el corazón desmaye, y las ruinas se multipliquen; en todas las puertas de ellos he puesto espanto de cuchillo. ¡Ay!

Destruyeron el hierro y el fuego tus soberbios monumentos: fueron tus mejores hijos sepultados en el fondo de tus ruinas. Cayó sobre la mas horrible tiranía; y ni libertad tuviste para quejarte de tus infortunios. Fuiste el sepulcro de tu pueblo, el monte en que sentaron sus trofeos tus implacables enemigos. Cayó Córdoba en poder de los árabes poco despues de la batalla del Guadalete.

Su rústica puerta, completamente abierta, mostraba la soledad de su interior. Pero al apartar sus ojos de las ruinas vió á un jinete que se alejaba al galope, llevando sobre el delantero de su silla una especie de envoltorio largo, sostenido por uno de sus brazos, y que se agitaba violentamente lo mismo que una persona. El instinto avisó al estanciero más que sus sentidos. ¡Ah, gaucho ladrón!...

Entre las ruinas, y perfectamente conservada, encontróse en 1804 una efigie del Señor de la Exaltación, a cuya solemne fiesta concurren el 14 de septiembre los creyentes de diez leguas a la redonda. Tiempos de fanatismo religioso fueron sin duda aquellos en que, por su majestad don Felipe II, gobernaba estos reinos del Perú don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y montero mayor del rey.

Decía que no me conviene el sol ardiente de Italia, sino las nieblas invernales del Norte; quiero contemplar una naturaleza triste y desolada como está mi alma; nada más a propósito que Holanda con sus pantanos, el Rhin con sus ruinas, Alemania con su cielo nuboso.

Su fábrica se halla en muy buen estado, y no obstante, despierta en nuestro ánimo esos recuerdos señoriales que parecen dormir entre las ruinas negruzcas de un antiguo castillo. Tiene una espaciosa glorieta, con surtidores, grupos y estátuas, además de un hermoso y bien asistido paseo.

El francés Charnay acaba de desenterrar en Tula una casa de veinticuatro cuartos, con quince escaleras tan bellas y caprichosas, que dice que son «obra de arrebatador interés». En la Quemada cubren el Cerro de los Edificios las ruinas de los bastimentos y cortinas de la fortaleza, los pedazos de las colosales columnas de pórfido.

Ciertos sentimientos, fuente de las bellezas más notables, y peculiares de la poesía castellana, el espíritu caballeresco, el amor ferviente y romántico, el entusiasmo por el renombre de la patria, por la fe y el honor, decayeron poco á poco, y, al extinguirse su última llama, quedaron sólo ruínas y restos de aquellas formas tan juveniles y lozanas.

A veces encontraba montones de escorias metálicas y ruinas de pueblecitos y capillas, sin que ningún ser humano habitase en su proximidad. Eran los restos de establecimientos mineros creados por los conquistadores españoles cuando se extendieron por estos yermos en busca de metales preciosos.