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Ni les intimida el número, Ni el morir les causa miedo; Con sables hechos pedazos Sus ojos despiden fuego, Está abollado el morrion Y sangre vierten sus miembros, Ruge el plomo en sus cabezas Y retiembla el pavimento; Pero ellos imperturbables En medio del entrevero, Sueltan la rienda al caballo, Descargan golpes tremendos; Y ante su diestra valiente Llenos de susto los siervos, Bajan la mústia cabeza, Abren un ancho sendero; Y allí donde el clarin Resuenan los tristes ecos Llenos de sangre y de polvo Júntanse los coraceros.

Ruge la selva; uno tras otro caen los viejos árboles gigantescos y ruedan al fondo de los abismos, y cuando Calendal desciende, ya no queda ni un cedro en la montaña... Después de todo y como premio de tales hazañas, el pescador de anchoas obtiene el amor de Estérelle, y es nombrado cónsul por los habitantes de Cassis. Tal es la historia de Calendal. Pero, ¿qué importa Calendal?

3 y clamó con grande voz, como cuando un león ruge; y cuando hubo clamado, siete truenos hablaron sus voces. 4 Y cuando los siete truenos hubieron hablado sus voces, yo iba a escribir, y una voz del cielo, que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han hablado, y no las escribas. 5 Y el ángel que vi estar sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo,

¿Qué crimen he cometido me decía yo, para que tenga que ocultarme de mi modelo? ¿He hecho otra cosa que prodigar consuelos a un desesperado? ¿Hemos cambiado una sola palabra, una sola mirada que mi hermana no hubiera podido ver u oír? Eso que me quema aquí, eso que me ruge en el fondo del pecho, ¿a quién importa si guardarlo para ?

Sin embargo, nunca intenté vengarme de ellos, porque muy bien que son malvados porque así los ha creado la Naturaleza o el Destino; hacen daño como lo hacen las fieras, por el egoísmo que ruge dentro de todo ser animado. El mundo está organizado para devorarse los seres, unos a otros.

Y yo iba pensando con una tristeza tan pálida como aquel cielo asiático de octubre, en dos lágrimas redonditas que al partir vi brillar en los ojos negros de la generala. La tarde declinaba y el sol descendía bermejo como un escudo de metal candente, cuando llegamos a Tien-Hó. Las negras murallas de la ciudad se alzan al Sur, al pie de un torrente que ruge entre rocas.

El hilo de agua ó la columna líquida, según la fuerza del arroyo periódico, murmura dulcemente ó ruge con estrépito por el estrecho corredor resbalándose rápidamente por una sucesión de grados; luego, al pie de la caída, ha formado una especie de cubo, ancha balsa donde las piedras arrastradas ruedan empujadas por la presión de las aguas.

¿Que no quiero yo á mis hijos?... ¿Que no los quiero? ruge la de la buhardilla, puesta en jarras y echando llamas por los ojos. ¿Quién será capaz de hacerlo bueno? Yo replica con mucha calma la vieja; yo que los he recogido muchas veces en mi casa, porque los dejas desnudos y abandonaos en la calle cuando te vas á hacer de las tuyas de taberna en taberna... ¡borrachona!

Y yo, exclamó Sir Oliver, prometo á mi excelso patrón Santiago de Compostela visitar su santuario allá en España, si me saca en bien de este trance, y comerme una carpa más cada día de vigilia, durante un año. ¡Cómo ruge el mar! ¿Qué decís, capitán? ¡Pasamos, pasamos! gritó Golvín, fija la vista en las rompientes más inmediatas á la proa. ¡Á la buena de Dios!

¡Para , tres! ¡Ánimo, hermanos! ¡Ánimo! Como una ráfaga, la hueste de chalanes siente el triunfo de los segundones. En un tácito acuerdo comienzan a cejar, sin vergüenza de ser vencidos por aquellos tres hidalgos. ¡Que para eso son hidalgos y señores de torre! Oliveros, en tierra, de cara contra la yerba, ruge, sofocado por las manos del hercúleo segundón.