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Actualizado: 22 de junio de 2025
Las voces crecieron y se propagaron de modo atronador; y poco después, de un extremo al otro del Zocodover, el populacho rugía con salvaje fiereza, ávido de aquella hez de maldición y de espanto. Ramiro se empinó sobre el taburete.
Habían bajado de las montañas para ver el Corpus de Toledo, y andaban por las naves de la catedral con el asombro en los ojos, asustados de sus propios pasos, temblando cada vez que rugía el órgano, como si temieran ser expulsados de aquel mágico palacio igual a los de los cuentos.
¡Ah, los terribles recuerdos! Rafael se revolvía en la cama, creyendo sentir todavía en sus manos el contacto sedoso de las misteriosas interioridades tanteadas ávidamente en la fiebre de la lucha; se imaginaba tener ante sus ojos aquella rápida visión de nieve sonrosada, entrevista como a la luz de un relámpago, mientras el iracundo pie le oprimía el pecho... y revolviéndose furioso entre las sábanas rugía de pasión, mordiendo la almohada: ¡Leonora! ¡Leonora!
Anoche rugía de dolor, alterando con sus gritos el silencio del dormitorio, quitando el sueño á los otros heridos, pugnando por levantarse para ir en busca del adversario y saciar en él su furia. La señorita de Maxeville es la única que sabe calmar á estos hombres. Yo vi, á la tenue luz del dormitorio, cómo empezó á bailar, con un plato en la mano. Este plato le servía de pandereta.
Sus ojos paseaban una y otra vez, sin fatigarse nunca, por la línea indecisa del horizonte, que les revelaba otros espacios sin fin azules y luminosos. Sin darse cuenta de ello, por un movimiento instintivo, se habían acercado de nuevo uno a otro como si temiesen algo de la presencia de aquel monstruo que rugía a sus pies.
Un choque sordo conmovía al mismo tiempo el suelo de tierra apisonada. Era Alcaparrón, que, caído de bruces, golpeaba con su cabeza el piso. ¡Aaay! ¡Que se ha ido Mari-Crú! rugía como una bestia herida. ¡La mejó de la casa! ¡La más honrá de la familia!...
Aquel buen tiempo de los poetas, porque se estimaba que cantar es la más bella expresión del alma humana. Las manos de Elena UN pintor bohemio rugía en una noche memorable, mientras el frío se colaba entre sus andrajos y el hambre bailaba en su cabeza descoyuntada danzas absurdas. Debiéramos desenterrar y quemar los restos de Murger. Era una noche sagrada y familiar.
Todo el respeto que durante una larga vida había ido acumulando sobre la cabeza de su marido huyó repentinamente, barrido por la tempestad que rugía en su alma. ¡Qué recriminaciones! ¡Qué desprecios! ¡Cuánto denuesto! Carlota y Mario hacían esfuerzos inútiles por calmarla.
Si el hijo se hace sacerdote, decía Cabesang Andang, la madre no nos ha de pagar lo que nos debe... ¿quién la cobra entonces? Pero al ver que Plácido hablaba en serio y leyó en sus ojos la tempestad que rugía en su interior, comprendió que por desgracia lo que contaba era la pura verdad. Quedóse por algunos momentos sin poder hablar y despues se deshizo en lamentaciones.
A lo lejos, en el estrecho, rugía la tempestad, la tempestad; la llama de la hoguera inclinábase a uno y otro lado con las rachas de viento, y oía danzar a nuestra barca junto a las rocas, haciendo crujir las amarras. Una vieja embarcación de la Aduana, semicubierta, era la Emilia, de Porto-Vecchio, a bordo de la cual hice aquel viaje lúgubre a las islas Lavezzi.
Palabra del Dia
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