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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Los más ordinarios son ésos dijo el Cojuelo , y los que ruedan más en el mundo. Y ahora me parece prosiguió diciendo que estarán mis amos menos indignados conmigo, pues la prenda que solicitaban por mí la tienen allá, hasta que vaya estotra mitad, que es el cuerpo, a regalarse en aquellos baños de piedra azufre. ¡Con sus tizones se lo coma ! dijo don Cleofás.
El hilo de agua ó la columna líquida, según la fuerza del arroyo periódico, murmura dulcemente ó ruge con estrépito por el estrecho corredor resbalándose rápidamente por una sucesión de grados; luego, al pie de la caída, ha formado una especie de cubo, ancha balsa donde las piedras arrastradas ruedan empujadas por la presión de las aguas.
Por las mejillas del viejo linajudo ruedan dos lágrimas que se pierden en la nieve de su barba. Los mendigos y los criados se arrojan sobre la puerta. ¡Tengan ley de Dios! ¡Dadme un hacha! ¡Tengan ley de Dios! ¡Poned fuego a la casa por sus cuatro esquinas! ¡Perezcan entre llamas los hijos del Infierno! ¡No hay ley de Dios! ¡No hay ley de Dios! De pronto cesa el clamor.
El impulso interior de la montaña que trabaja, hace vibrar incesantemente á las piedras en toda la pared; guijarros medio arrancados se separan primeramente y ruedan saltando á lo largo de las pendientes; masas de mayor peso, arrastradas á su vez, siguen á las piedras, dibujando como ellas poderosas curvas en los espacios; después les toca á lienzos enteros de roca; todo lo que debe derrumbarse rompe los lazos que lo unían al sistema interior de la montaña, y de pronto espantoso granizo de peñascos cae sobre la llanura estremecida.
Muchos naturales del país se habían encontrado con los dos dioses cuando llevaban sus arrias por los desfiladeros de los Andes; pero siempre ocurría tal encuentro en días de tempestad, como si los dioses sólo pudieran dejarse ver á la luz de los relámpagos y acompañados por los truenos que ruedan con un estallido interminable de montaña en montaña y de valle en valle.
Por cada lado ruedan violentos remolinos en el fondo de los cuales chocan las piedras, produciendo para las edades futuras «ollas de gigante». Por la fuerza del huracán que la empuja, el agua, blanca y chispeante, entra rápida en el canal; sin embargo, poco á poco su marcha se hace lenta y adquiere un tono de azul calizo como el del ópalo; luego, sólo presenta ligeras estrías de espuma, y poco después encuentra su calma y su reflejo azul.
Mientras tanto, los parias, los que nunca llegan, los bohemios de Milán, al quedar solos, se consuelan hablando mal de los compañeros famosos; mienten contratas que nadie les ha ofrecido, fingen una altivez irreductible con empresarios y compositores, para justificar su inacción; y con el filtro garibaldino en el cogote, enfundados en el ruso que casi barre el suelo, ruedan las mesas de Biffi desafiando la fría ventolera que sopla en el crucero de la Galería, hablan y hablan para distraer el hambre que les muerde las entrañas, y despreciando el trabajo vulgar de los que se ganan el pan con las manos, siguen impávidos en su miseria, satisfechos de su calidad de artistas, haciendo cara a la desgracia con una candidez y una fuerza de voluntad que conmueven, iluminados por la Esperanza, que les acompaña hasta el último instante para cerrarles los ojos.
Los troncos se dirigen hacia la salida como enormes reptiles; se chocan, ruedan y saltan; luego, inclinándose por la cascada, se juntan y dan vueltas, enseñando á través de la espuma las rojas manchas del hacha, y desaparecen un instante en el abismo para surgir más lejos en el hervor del agua, y resbalarse oscilando sobre la corriente rápida.
Montan a caballo los tres, y salen todas las mañanas a gauchear por la Pampa; se bolean los caballos, los apuntan a las vizcacheras, ruedan, pechan, corren carreras. ¿Cuál es el más grande hombre? El más jinete, Rosas, él que triunfa al fin.
Ruge la selva; uno tras otro caen los viejos árboles gigantescos y ruedan al fondo de los abismos, y cuando Calendal desciende, ya no queda ni un cedro en la montaña... Después de todo y como premio de tales hazañas, el pescador de anchoas obtiene el amor de Estérelle, y es nombrado cónsul por los habitantes de Cassis. Tal es la historia de Calendal. Pero, ¿qué importa Calendal?
Palabra del Dia
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