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Actualizado: 3 de julio de 2025
Sentado á la sombra de un sauce, se intentaría en vano percibir el murmullo de la villa de Arles, de la que se ve, con sólo ponerse en pie, sus arcadas romanas y torres sarracenas. El único que se oye es el de las locomotoras y los vagones que ruedan al otro lado del río haciendo trepidar el suelo.
En la calma apetecible de los pueblos escondidos, Como duendes protectores en las sendas se levantan, Declamando sus estrofas de lirismo incomprensible, A la vez que por sus hojas ruedan tímidas las lágrimas.
Gran alboroto en la colmena: replico yo a mi adversario con idénticos argumentos: los redactores se reparten en dos bandos, y se entabla una batalla donde menudean los puñetazos y coscorrones; ruedan las sillas, caen las mesas, quiébranse los vidrios de algunos cuadros, y hasta hubo quien apoderándose de las tijeras de recortar sueltos, formó círculo en torno suyo y esparció el terror entre los contendientes.
Si se refiriesen á lo que forma como el campo de la tempestad, su lecho inferior, si se quiere hablar de las largas filas de olas que ruedan alineadas guardando cierta regularidad en su furor, la opinión de los ingenieros no puede ser más exacta. Con sus crestas redondas y los valles alternados que presentan una y otra vez, revientan á lo sumo á la altura de veinte á veinticinco pies.
Oculta la frente entre sus manos y las lágrimas ruedan a través de sus dedos. Ya podemos figurárnoslo: era la monja que asistió a la corrida de toros.
A través del tupido follaje se deslizan aquí y allá algunos rayos que adornan sus vestidos con manchas de oro, ruedan sobre su cuello y sus mejillas, y rozan su frente, poniendo un claro fulgor en su cabellera obscura y rizada. Juan se sienta frente de ella y la contempla con una admiración que no procura disimular.
Dejemos ya al gran monumento de la civilizacion arábigo-hispana, tal como acabamos de describirlo, dormir un sueño secular, mientras ruedan por encima de su espaciosa techumbre las tormentosas nubes de las revoluciones, que, preñadas de calamidades, descargan sobre la hermosa y desventurada reina del Guadalquivir.
En ellas habían colocado los antiguos á Eolo, señor de los vientos; en ellas está el Stromboli vomitando enormes bolas de lava, que estallan con un estrépito de trueno. Las escorias volcánicas vuelven á caer en las chimeneas del cráter ó ruedan por la pendiente de la montaña, sumiéndose en las olas.
Palabra del Dia
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