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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Miró intensamente á Ricardo, que bajaba los ojos, no sabiendo qué decir, y añadió con expresión pensativa: Crea usted que un hombre joven y enérgico hubiera ido muy lejos teniendo á su lado una mujer como yo. Sorprendido Watson por estas palabras, levantó su mirada, pero volvió á fijarla en sus pies, cual si temiera seguir viendo los ojos de ella.

La niña le dio las gracias con una sonrisa. ¿Te encuentras bien ahora? ¡Oh, ; muy bien, muy bien! ¿Quieres dormir un poco a ver si te pasa ese malestar? No, no quiero dormir... Déjame..., no me hables..., ¡si supieras qué bien me encuentro! Ricardo sonrió satisfecho y le acarició la cara como a un niño.

No hay necesidad; al viejo le parece bien todo lo que yo hago, y tratándose de una cosa así, más. Al tomar los caballos, dijo Ricardo: ¡Baldomero!... ¡bajo su responsabilidad! Monte sin cuidado, señor. ¡Si el malacara es una dama!

Hipólito, que marchaba respetuosamente detrás del grupo, se adelantó al llegar al extremo del andén pidiendo órdenes a Melchor: ¿Van a dar una vuelta, D. Melchor?... ¿o van al hotel?... ¿Qué opinan ustedes? Iremos a lavarnos dijo Ricardo. Me parece bien agregó Lorenzo, es muy temprano para pasear.

Yo no nada dijo sordamente Ricardo, abismado en profunda meditación. ¡Ves cómo tenía razón! Ahora que me he confesado contigo y te he dicho mi secreto, ya no me quieres y no tardarás seguramente en alejarte de y dejarme abandonada.

La humanidad es una misma edición; sólo varían las cubiertas; unos cuantos ejemplares de lujo y los demás a la rústica; pero el contenido es igual. Luego toco un poco el piano. Y aquí viene una escena que quiero contarte. Ya sabes que Ricardo tiene una voz de tenor muy fuerte, pero muy desafinada, porque carece de buen oído para la música.

¡Ah! pensaba Melchor, contemplando furtivamente a sus dos amigos. ¿Qué dirán en casa de Lorenzo y en casa de Ricardo, cuando vuelva con ellos, como van a volver, curados de tristezas y de pavadas?...

Leerá usted, señor... conozco las teorías modernas sobre fatiga intelectual y los medios de combatirla y los aplicaré discretamente. ¿En qué consisten, ché? preguntó Ricardo burlescamente.

Martita, ¿qué te pasa?... ¿Qué tienes? le preguntó todo asustado, bajándose para verle el rostro. Nada, nada..., déjame. ¿Pero por qué lloras?... ¿Te he lastimado?... ¿Te he ofendido?... No, no..., déjame, Ricardo..., déjame, por Dios. Y levantándose del banco echó a correr en dirección de la casa, limpiándose los ojos.

La de Ricardo, el esposo de mi amiga, proviene igualmente de su abuelo, el señor Pérez, uno de los primeros registreros de la calle Rivadavia, allá por los tiempos de la presidencia de Sarmiento.

Palabra del Dia

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