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¿Qué es? se apresuró a preguntar el joven con el sobresalto de quien teme siempre alguna desgracia. Estoy viendo que te vas a enfadar..., pero te lo diré. He quitado tu retrato del medallón. La fisonomía de Ricardo expresó el asombro. Y lo peor es que lo he sustituido con otro...

Una vez puestas las rajas sobre el lecho del modo más adecuado, la niña se puso a extender nuevas capas de pasta sobre el jamón. Ricardo ya no la ayudaba; al parecer, se había cansado.

¡Confiesa, Ricardo, que la Pampita te quita el sueño! Algo hay de eso... en realidad. Me interesaría volver a hablar con ella... ¡qué demonio de muchacha!... ¡es tan linda!... ¡y tan educadita!... En eso, dificulto dijo Baldomero que haya otra igual... ¡porque miren que don Casiano le ha puesto maestras!... Y de las mejores que pudo traer de Buenos Aires... ¡, señor!

Rojas llevaba su caballo de las riendas, y lo dejó en el mismo sitio donde Ricardo había dejado antes el suyo. Luego subieron de rodillas y apoyándose en las manos la pendiente arenosa desde cuyo filo podían observar el rancho de la India Muerta. Al asomarse entre el ramaje, vieron á Piola sentado en el suelo, lo mismo que antes, pero solo, pues Manos Duras había desaparecido.

Mientras Ricardo rehusaba y el caballero insistía, Marta no despegaba los labios, pero se advertía en su rostro la zozobra y en los ojos suplicantes el vivo deseo de retenerle.

Desde entonces el marqués de Peñalta acompañó todas las mañanas a misa a la primogénita de los Elorza, separándose de ella a la puerta de la iglesia y volviendo a juntarse a la salida. María mostraba recibir mucho placer de este acompañamiento. En cuanto a Ricardo, no es necesario encarecer la dicha que de repente cayó sobre él con el cambio efectuado en la conducta de su novia.

¡Oh, yo leo muy poco!... Soy muy holgazana... Papá dice que me estorba lo negro repuso la niña con su ingenua sonrisa y un poco avergonzada. Después añadió: Mira , Ricardo, no es verdad completamente lo que dice papá.

Melchor lo rompió temblorosamente y abriendo enormes sus grandes ojos azules, mientras lo espiaban anhelosos Lorenzo y Ricardo, prorrumpió con la voz ahogada por la emoción: De Clota... ya vengo... voy a contestarle. ¿El recibo?... señor... le reclamó el mensajero. ¡Ah... es cierto! ¿Tienes lápiz, Lorenzo? No. Yo tengo dijo Ricardo.

Ricardo y uno de los marineros se habían echado al agua y nadaban vigorosamente para salvar la corta distancia que la falúa había recorrido antes de que se diera el grito de alarma. Ricardo, que iba delante, se sumergió, y a los pocos segundos tornó a aparecer con la niña entre los brazos.

Traducción de Rodolfo Beer. Wiener Verlag. 1901. Electra. Traducción de Rodolfo Beer, arreglada para la escena alemana por Ricardo Fellner. Berlín. 1901. Gloria. Traducción del Dr. Augusto Hartmann. Berlín, Verlag von L. Schleiermacher, 1880. Traducción de E. von Buddenbrock. Berlín, Verlag von Karl Siegesmund, 1894. Trafalgar. Traducción de Hans Parlow.