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Actualizado: 5 de julio de 2025


Mas por las tardes todavía el invierno reivindicaba sus derechos, ora esparciendo sobre la villa y la ría una espesa capa de niebla, que no tardaba en deshacerse en cierzo, ora haciendo correr por el cielo furiosamente negras y colosales nubes que iban a descargar su peso a lo interior.

Entraron por una ría angosta, entre dos sierras elevadas, y no tardaron en desembocar en la bahía, que, en realidad, no merecía tal nombre: era una especie de lago, no muy extenso, rodeado por todas partes de altas montañas y cuya comunicación con el mar pasaba inadvertida, a no fijarse mucho. La hora en que entraron era la del crepúsculo.

El señor Juan servía á las casas más importantes, por la confianza que inspiraba su pericia. Jamás había averiado los géneros con un mal tropiezo en los innumerables bajos de la ría ó en la vuelta de la Salve; conocía las aguas palmo á palmo, y siempre que había que hacer el salvamento de alguna gabarra perdida, le llamaban á él.

Al atrevimiento de los muchachos había que añadir la cólera estrepitosa de las mujeres, que hablaban de arrojarse en fila sobre los rieles de los planos inclinados y de los ferrocarriles, impidiendo toda circulación de mineral para que se generalizase la huelga hasta la ría, y se cerrasen las fundiciones, y el puerto se llenara de buques inactivos esperando una carga que no llegaría nunca.

Después de servirse un espléndido buffet, los novios partieron a su rica posesión de los Robledales, en Aragón». Y quien habla de las golondrinas claro está que se refiere igualmente a toda la caterva de pájaros que habían sentado sus reales tanto en las huertas de Nieva como en los inmensos pinares que bordaban las orillas de su ría.

¡Oh! no exclamé; usted, no quiero que se burle de . A mi padre le está todo permitido... pero a usted le ruego que no se ría a mi costa. ¿Reír? No tengo ninguna gana. Y, en verdad, tenía una expresión muy melancólica.

Y se puso a dar vueltas como un tigre por la estancia, vomitando injurias y blasfemias. Al cabo de un rato se detuvo delante de su hija, y le preguntó, más con la vista que con las palabras, algo. La joven bajó la cabeza ruborizada e hizo un signo negativo. Bien... De todos modos, has perdido la honra en la población. Es menester que ese infame no se ría de ti... ¿Estamos?

En las alturas de las montañas descuellan los hermosos bosques; mas abajo las faldas y colinas ostentan un cultivo esmeradísimo y variado. Hácia las márgenes de la ria el suelo está sembrado de lindas casas de campo que imitan los chalets de Suiza, de elegantes iglesitas en medio de jardines, de ricas arboledas y huertos, y de fábricas diversas y algunas fundiciones de hierro.

Aresti, al pensar que la ruina de su país sería la señal para que los invasores levantasen sus tiendas, deseaba que aquella llegase cuanto antes: sonreía pensando en el agotamiento de las minas como en una catástrofe providencial y salvadora. Llevaba más de dos horas paseando por la orilla de la ría. Comenzaba el agonizar de la tarde.

Su primo había realizado todos sus deseos: una flota en el mar, altos hornos de fundición junto á la ría, casi todo el mineral de Vizcaya monopolizado por él, y el dinero acudiendo á sus manos, embriagándolo con la borrachera de la fortuna. La madre de Aresti había muerto mientras él estaba en París: había languidecido, como su cuñado, en aquel ambiente de grandeza que la asustaba.

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