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Actualizado: 27 de octubre de 2025
Todos los mozos usaban el «lástico» encarnado, y verde todos los viejos, y todas las mujeres llevaban la «manta» o chal de parecido color y cruzado de igual modo sobre el pecho y los riñones; en todas y en todos abundaban el tipo rubio y la línea curva, no sin gracia, con tendencia al cuadrado hacia los hombros; todos y todas andaban, hablaban y se movían con la misma parsimonia, y en todas las caras, viejas y juveniles, se notaba la misma expresión de bondad con cierto matiz de sobresalto, como si la continua visión de las grandes moles a cuya sombra viven aquellas gentes, las tuviera amedrentadas y suspensas.
El anciano médico me llevó a un rincón, y allí, de pie, con las manos cruzadas siempre sobre los riñones, siguió hablándome de pintura. Confesaba que su galería no era de las más ricas y, sobre todo, carecía de firmas acreditadas; pero estaba seguro, en cambio, de poseer obras notabilísimas, dignas de inmortalizar a sus autores.
La bala le había penetrado por los riñones. El excusador, dominando su espanto, se apresuró a prestarle los auxilios espirituales. Sólo tardó tres horas en expirar. El suceso se comentó mucho y de muy diverso modo en el pueblo. Algunos aprobaban la conducta del cura. Estaba en su derecho defendiéndose de un facineroso que Dios sabe lo que haría con él después de robarle.
Sabía tanto del movimiento sedicioso, como aquella gente que parecía absorta en la penumbra del crepúsculo, sin acertar a explicarse qué hacía allí. ¡Compañeros! gritó imperiosamente. ¡A Jerez los que tengan riñones! Vamos a sacar de la cárcel a nuestros pobres hermanos... y a lo que se tercie. Salvatierra está allí.
Me ha enfermado de la vista, de las piernas, de la cabeza, de los riñones, de todo menos del estómago. Privándome de recursos, dispone que yo digiera como un buitre. Lo mismo hace conmigo. Pero yo no lo llevo a mal, señora. ¡Bendito sea el Señor, que nos da el bien más grande de nuestros cuerpos: el hambre santísima!».
19 ¡Cómo han sido asolados! ¡Cuán en un punto! 21 Se desazonó a la verdad mi corazón, y en mis riñones sentía punzadas. 24 Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás con gloria. 3 Levanta tus pies a los asolamientos eternos; a todo enemigo que ha hecho mal en el santuario. 6 Y ahora con hachas y martillos han quebrado todas sus entalladuras.
Usted, dulce y querido poeta, nos mueve á sonreír con lo mismo que le hizo sangrar, y tiene usted el arte amable y doloroso de extraer de sus propios sufrimientos un placer para nosotros...» A los treinta y dos años Alberto Glatigny regresó al lado de su familia, pero ya la enfermedad de riñones que había de matarle le tenía cogido.
Sintió la muchacha como una ola de fuego que la envolvía desde la planta de los pies hasta la raíz del cabello, y después un leve frío que le agolpó la sangre al corazón. Borrén se aproximó a la amante pareja, abriendo las manos llenas de tierra y de fresas despachurradas. Ya me duelen los riñones de andar a gatas dijo . Podíamos merendar... si a ustedes no les molesta, pollos.
Los pómulos saltaban ahora, y los labios, siempre gruesos, pretendían ocultar una dentadura del todo cariada. Sí, estoy muy envejecida... y enferma; he tenido ya ataques a los riñones... y usted añadió mirándolo con ternura ¡siempre igual! Verdad es que no tiene treinta años aún... Lidia también está igual. Nébel levantó los ojos: ¿Soltera?
Pasó dos días don Bernardino en cama, quejándose de dolores en los riñones, en la nuca y sobre todo en la cabeza; decía que por allí dentro le andaba una docena de demonios, dándole patadas en los sesos y martillazos en las sienes.
Palabra del Dia
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