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Actualizado: 19 de mayo de 2025
6 Pero en el día de la fiesta les soltaba un preso, cualquiera que pidiesen. 7 Y había uno, que se llamaba Barrabás, preso con sus compañeros de motín que habían hecho muerte en una revuelta. 9 Y Pilato les respondió, diciendo: ¿Queréis que os suelte al Rey de los Judíos? 10 Porque conocía que por envidia le habían entregado los príncipes de los sacerdotes.
Quedó revuelta la gente en la plazoleta, rodaron las mesas, enarboláronse varas y garrotes, poniéndose cada uno en guardia contra el vecino, por lo que pudiera ocurrir; y mientras tanto, el causante de toda la zambra, Batiste, permanecía inmóvil, con los brazos caídos, empuñando todavía el taburete con manchas de sangre, asustado de lo que acababa de hacer.
La mujer, convencida de que el artista no llegaría á enterarse de los golpes del aldabón, desapareció en una revuelta del sendero. Poco después, su cabeza y el niño que llevaba en brazos surgieron sobre el filo de un muro. ¡Maestro! gritó . Un señor que le busca. ¡Una visita! Y volvió arreglándose las faldas, como si acabase de bajar de una escala de mano.
Le impresionaba el aspecto exótico de Tchernoff: su barba revuelta, sus melenas aceitosas, sus gafas sobre una nariz amplia que parecía deformada por un puñetazo.
Fue la revuelta de manera que las guardas, ya por acudir a los galeotes, que se desataban, ya por acometer a don Quijote, que los acometía, no hicieron cosa que fuese de provecho.
El palacio del Museo parecía desdoblarse así como iban descendiendo. Además del edificio á flor de tierra, había un segundo edificio costa abajo, que asentaba sus muros de piedra con grandes ventanales sobre las rocas del acantilado. En una revuelta, el príncipe se detuvo para esperar á su compañera. Descendía lentamente, dejando entre los dos una separación de varios peldaños.
Ya que había llegado el instante de la revuelta ¡sus y á él!... Era el enemigo secular; los demás habían crecido á su amparo... El odio á toda religión era instintivo allí donde las masas obreras despertaban.
Desde una hora antes, la calle de Alcalá era a modo de un río de carruajes entre dos orillas de apretados peatones que marchaban hacia el exterior de la ciudad. Todos los vehículos, antiguos y modernos, figuraban en esa emigración pasajera, revuelta y ruidosa: desde la antigua diligencia, salida a luz como un anacronismo, hasta el automóvil.
Además, la nación entera estaba de revuelta. A corta distancia de Jerez, en el mar invisible cuyas brisas llegaban hasta las viñas, los barcos del gobierno habían disparado sus cañones para anunciar a la reina que debía abandonar su trono. Además, ¡qué de músicas arrulladoras para el pobre!, ¡qué de elogios y adulaciones al pueblo que meses antes no era nada y ahora lo era todo!
Al otro, en las sepulturas espaciadas y sin adornos, partidas fuertes, guarismos abultados, cifras de un laconismo aterrador. Cercas de palos largas y estrechas limitaban estas zanjas rellenas de carne. La tierra blanqueaba como si tuviese nieve ó salitre. Era la cal revuelta con los terrones.
Palabra del Dia
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