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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Las avanzadas francesas retrocedían y Dupont tomaba posiciones. ¿Qué hora es? nos preguntábamos unos a otros, anhelando que un rayo de sol alumbrase el terreno en que íbamos a combatir. No veíamos nada, a no ser vagas formas del suelo a lo lejos; y las manchas de olivos nos parecían gigantes, y las lomas de los cerros el perfil de un gigantesco convoy.
Las muchachas, ruborosas en presencia del amo, a quien muchas de ellas veían por primera vez, retrocedían mirando al suelo, con las manos puestas ante la falda. Dupont las señalaba: ¡esta! ¡esta!... Y se fijó también en Mari-Cruz, la prima de Alcaparrón. Tú, gitana, también. Eres feílla, pero tienes ángel y sabrás cantar.
Retrocedían los polizontes sin dejar de hacer frente al formidable empellón, al mismo tiempo que, por la fuerza de la costumbre, llevaban la mano al sable y comenzaban a extraerlo de la vaina antes de que lo mandase el jefe. Muchos de ellos parecían quejarse con los ojos de la pérdida de tiempo que suponían los diálogos del capitán con los manifestantes. ¿Qué hacían que no pegaban?
Alistados pues seis cañones cargados de mucha metralla, y hecha señal, empezaron los españoles el combate con poco efecto: porque algunos indios á la primera descarga se escondieron en los fosos que antes habian hecho, los cuales no defendian lo bastante á los que se agachaban: otros persistian peleando, otros retrocedian.
Por la noche se hablaba de ello alrededor de la humeante mesa, riendo al recordar las contorsiones de cuantos retrocedían espantados al borde del abismo, y encomiando á los que de un brinco se habían lanzado sin ajeno impulso en el vacío. El noble señor murió en un convento vecino en olor de santidad.
Las mujeres le miraban asombradas; los hombres retrocedían, formando ancho corro en torno de él, que prorrumpió en juramentos, agitando sus manos como si fuera a cerrar a golpes con toda la chusma. Le enfurecía el silencio de aquella gente, como si estuviera ante una tripulación insubordinada. ¿Desde cuándo el capitán Llovet no encuentra en su pueblo hombres que le sigan al mar?
Otro escuadrón daba nueva carga por el mismo flanco, lo cual, observado por nosotros, nos reanimó. No íbamos mal; pero los franceses eran muchos, estaban muy hechos a tales embestidas, y sabían defenderse bien de la pesadumbre de los caballos, así como de los sablazos. Sin embargo, no retrocedían delante de nosotros.
El sol no se enseñoreaba ya sino de uno de los ángulos del salón: al retirarse dejaba claro y nítido el ambiente, en el cual resaltaban con admirable pureza el obelisco del Dos de Mayo y las agujas del museo de Artillería y de San Jerónimo. Los pequeños retrocedían ante la invasión de los grandes a los parajes más apartados, donde establecían nuevamente sus juegos.
Eran señoras las que los ocupaban, sólo señoras, y algunos transeúntes retrocedían, no queriendo continuar su marcha a través de estos grupos femeniles que tomaban la cubierta como algo propio, sin importarles dificultar la circulación. Mire usted, Ojeda. Ya se está reuniendo «el banco de los pingüinos». Y ante el gesto de extrañeza de su acompañante, dio una explicación.
Por largo tiempo duró este combate, tanto más cruel, cuanto era más proporcionado el empuje de una y otra parte, hasta que al fin observamos síntomas de confusión en nuestras filas; vimos que se quebraban aquellas compactas líneas, que retrocedían sin orden, que chocaban unos con otros los grupos de soldados.
Palabra del Dia
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