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No deja desposarme, Y aquella noche, con armada gente, La roba, sin dejarme Vida que viva, protección que intente, Fuera de vos y el cielo, A cuyo tribunal sagrado apelo. Que habiéndola pedido Con lágrimas su padre y yo, tan fiero, Señor, ha respondido, Que vieron nuestros pechos el acero; Y siendo hidalgos nobles, Las ramas, las entrañas de los robles. REY. Conde. CONDE. Señor. REY. Al punto.

He tenido, pues, que refugiarme en una especie de negación fanática, que excluye todo razonamiento, toda claridad, y que es tan sólo el grito de mi corazón de madre. No creo en el crimen de Jacobo porque Jacobo es mi hijo y un hijo mío no ha podido cometerle. Á todos los argumentos, á todas las pruebas he respondido siempre, desde el fondo de mi conciencia: ¡Es mi hijo! ¡Es inocente!

Martin Alfon y los vecinos de Córdoba y su tierra y las villas de dicho D. Alfon, cada y cuando les parece á todos ó cualesquiera de ellos entran seguros en la dicha villa de Montemayor y pasan seguros por ella, como sucedió el dia 25 de julio del presente año de 72 cuando el jurado Ahumada, vecino de Córdoba, entró en la referida villa de parte de dicha ciudad á requerir al alcaide que le entregase ciertos presos, pues que entre ellos habia paz, quien habia respondido que no los tenia ni sabia de ellos, y si los tuviera se los entregára: de lo que resultaba ser frívola la apelacion.» «Y siendo como era notorio que en el lugar de Cañete el dicho D. Alfon arrendó á los almojarifes y vecinos de Córdoba todas sus rentas de dicho lugar, incluyendo en ellas las rentas de los diezmos de menudo, vino y aceite, de lo que resultaba estar excomulgado el dicho D. Alfon por la Bula Paulina y Estatuto del antecesor de dicho señor obispo, que lo fué el Illmo.

El eco sonó en el alma; Que si es la cara la puerta, 240 Han respondido los ojos, Viendo que llaman en ella. Alcé el báculo... Dijeron Que lo alcancé... no lo creas; Que mienten á el afrentado, 245 Pensando que le consuelan.

Ciertamente que esto no era imposible á nuestros ojos; si se nos hubiese preguntado sobre el particular, hubiéramos respondido que era hombre, y por lo mismo estaba sujeto á flaquezas, pero que esto nada rebajaba de sus excelentes prendas. Pues ahora, ¿porqué tanta exageracion?

Y como aquel medio había respondido admirablemente á su intento, puesto que al poco tiempo de casada, los médicos declararon que la duquesa se encontraba encinta, el duque, logrado su deseo, se fué á sus posesiones de Andalucía á pasar el invierno, y dejó en completa libertad y en absoluta posesión de su casa á su esposa. Esto tenía sus peligros, que no se ocultaban á la duquesa.

Miradas de soslayo todo el día, cuchicheos incesantes, que cesan de golpe en cuanto oyen mis pasos, un crispante espionaje de mi expresión cuando estamos en la mesa, todo esto se va haciendo intolerable. ¡Pero qué tienen, por favor! acabo de decirles. ¿Me hallan algo anormal, no estoy exactamente como siempre? ¡Ya es un poco cansadora esta historia del perro rabioso! ¡Pero Federico! me han respondido, mirándome con sorpresa. ¡Si no te decimos nada, ni nos hemos acordado de eso!

«Yo he enviado hoy á mi hijo á hablar á Mos de Villarroel, y hale respondido con mucho favor y gracia, que esta mañana habló al Rey y que le respondió que era necesario que V. E. y él se hallasen con S. M. juntos para resolver esto... Resta, señor, agora que V. E. acabe de sus manos con Mos de Villarroel este milagro, que mi corta ventura es tal, que milagro es menester para resolución que haya de ser en mi favor.

Usted prosiguió se presenta desde este instante a mis ojos rodeado de una aureola. Usted ha respondido a mis ideas como responde el brazo al pensamiento. Maldita aureola exclamé para maldito brazo y maldito pensamiento. Le premiaré a usted del modo siguiente. Ya que usted ama a la estudianta... me lo ha dicho la de Leiva. ¿Quién es la estudianta, señora?

El testigo recordaba también que, hablando con el difunto de diferentes cosas, le había dicho que muchas personas eran de parecer que él, Antonio Pérez, debiera haber aceptado la pensión de doce mil libras que el Rey Enrique IV quería otorgarle en consideración á su edad, enfermedades y falta de medios de subsistencia, y que Pérez había respondido que no se arrepentía, así faltaran á la palabra que le dieron, antes, por el contrario, que si todavía le hicieran la misma proposición segunda vez, la rehusaría con objeto de probar la verdad con que tantas veces había hecho manifestación de fidelidad al Rey de España, su soberano, y con la esperanza de que con tal proceder alcanzaría su gracia.