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Usan embustes, fraudes y marañas, Tambien tienen esfuerzo y osadía, Y así suelen hacer grandes hazañas, Que arguyen gran valor y valentía. A aquestos hacer cosas estrañas En tiempo que yo entre ellos residía: Y el que no me quisiere á mi escuchallo, Al de Toledo vaya á preguntallo.

De otro singular personaje nos informa también muy detenidamente el Sr. García Pérez, prometiéndonos casi la publicación de un curioso manuscrito que de él posee. Es una relación circunstanciada de lo que vió, observó é hizo el autor, durante algunos meses del año de 1605, que estuvo pretendiendo en Valladolid, donde residía entonces la corte.

Ateniéndonos también á La Dorotea, sus padres hubieron de morir mientras él residía en Alcalá, apoderándose de sus bienes un malvado, que huyó con ellos á América. Epístola de Belardo á Amarilis. Epístola al Dr. Gregorio de Angulo. En la Filomena se llama Elisa á Dorotea, y Nise á Marfisa.

Afable con todos, cortés y comedido con cuantos le trataban, era, sin embargo, enemigo de andar en reuniones y corrillos, y tal vez por eso se pasaba en Santa Clara buena parte del año, y cuando residía en Villaverde no concurría a la tertulia de don Procopio ni al tresillo de mi querido amigo Quintín Porras.

Residía en Versalles hacía mucho tiempo, sin otra compañía que su esposa, viejecita como él, á quien adoraba; y en la decoración fastuosa de aquellos jardines, que sirvieron de refugio á los amores de Luis XIV, el rey libertino y magnífico, la figura delgada, vestida de negro, del anciano actor parecía más fúnebre.

El de Toledo, dije, como habia Por coger á D. Diego hecho guerra Al indio guaraní, que residia Metido en la aspereza de la Sierra. Saliendo con su intento se volvia, Sin dejar sosegada aquella tierra, Mas antes con razon mas levantada, Por ver aquesta parte acobardada.

Fray Antonio quiso entonces justificarse, y antes de volver a Madrid, donde habitualmente residía, habló al padre guardián como sigue: No sólo ha habido duende sino uno de los duendes más poéticos que en este mundo sublunar puede darse. Era ella tan pura, tan cándida y tan ignorante de lo malo, que a los quince años parecía ángel y no mujer.

En la primera comían el principal y su señora, las niñas, el dependiente más antiguo y algún pariente, como Primitivo Cordero cuando venía a Madrid de su finca de Toledo, donde residía. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales hacía su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas.

La señora Percival, que, debido a nuestro insistente consejo, todavía residía en la mansión de la plaza Grosvenor, me visitaba algunas veces, trayéndome frutas y flores de los invernáculos de Mayvill, pero nada sabía sobre Mabel. Esta última había desaparecido tan completamente como si la tierra se hubiera abierto y tragádola.

Residia en Algeciras un astrólogo afamado, cuyo nombre era Adh-dhobí. No bien subió Hixem al trono, le mandó llamar para que le predijese su destino, lo que el astrólogo rehusó hacer al pronto temiendo desagradar al nuevo rey.