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Todos se arrepintieron de su decisión, menos yo. No crean ustedes que fué por evitarme el pago de la apuesta. Yo tengo mis ideas, y he leído algo. Soy republicano... y Francia es el país de la gran Revolución. Ingresé en un batallón de la Legión extranjera que se organizaba en Bayona, compuesto en su mayor parte de españoles.

¡Soy republicano!... ¡soy republicano! repitió con energía, como si luego de dicho esto no necesitase añadir más. Ferragut, no sabiendo qué contestar á su entusiasmo simple y sólido, se entregó á la cólera. ¡Márchate, bruto!... ¡No quiero verte, mal agradecido! Yo haré las cosas solo: no te necesito. Me basto para llevar el buque allá donde me plazca y cumplir mi santa voluntad.

Entónces senté mis reales en la abrupta y desconocida sierra de Biak-na-bató, donde establecí el Gobierno Republicano de Filipinas, á fines de Mayo de 1897.

Un diputado republicano proclamaba la guerra a Dios, le retaba a que le hiciese enmudecer, y la impiedad seguía inmune y triunfante, derramando su elocuencia como una fuente envenenada. Gabriel vivía en un estado de belicosa excitación.

Lo que es esas recopilaciones de sermones que todos juntos no equivalen á una página de Séneca, y todos esos librotes de teología, ya se presumen vms. que no los abro nunca, ni yo ni nadie. Reparó Martin en unos estantes cargados de libros ingleses. Bien creo, dixo, que un republicano se recrea con la mayor parte de estas obras con tanta libertad escritas.

El hijo, al crecer, no se alimenta como el niño, de la leche del ama o de la madre, y del pan de los hombres ya formados. Es imposible, sin embargo, reconocer que la unificación del poder, sea ésta conferida al pueblo en el sistema republicano, o al rey en el monárquico, aparece más lógicamente útil a la sociedad, que estos odios originados por el régimen constitucional, como ahora se llama.

Al ménos él fué sincero en su fanatismo republicano, y pagó con su cabeza sus extravios y sus abusos.

¡Miserables! decía con voz patética, de bajo profundo ¡miserables!... ¡Ministro de Dios!... ¡ministro de un cuerno!... El ministro soy yo, yo, Santos Barinaga, honrado comerciante... que no hago la forzosa a nadie... que no robo el pan a nadie... que no obligo a los curas de toda la diócesis... eso, eso, a comprar en mi tienda cálices, patenas, vinajeras, casullas, lámparas (iba contando por los dedos, que encontraba con dificultad), y demás, con otros artículos... como aras; señor ¡que nos oigan los sordos, señor Magistral! usted ha hecho renovar las aras de todas las iglesias del obispado... y yo que lo supe... adquirí una gran partida de ellas..., porque creí que era usted... una persona decente... un cristiano.... ¡Buen cristiano te Dios! ¡Jesús... que era un gran liberal, como el señor Foja... eso es... un republicano... no vendía aras... y arrojaba a los mercaderes del templo!... Total, que estoy empeñado, embargado, desvalijado... y usted ha vendido cientos de aras al precio que ha querido... ¡se sabe todo, todo, señor apaga-luces... don Simón el Mago.... Torquemada.... Calomarde!... ¿Ven ustedes este santurrón? pues hasta vende hostias... y cera... ha arruinado también al cerero.... Y papel pintado...

Use usted el que prefiera. Pues prefiero don Guillén. Es el que suelen preferir las señoras dijo don Guillén, con dejo satírico. Por mi parte, si usted me lo permite, le designaré como señor Eurípides; me sabe a república entró a decir don Celedonio de Obeso, ateo declarado y republicano agresivo; en el fondo, un pedazo de pan, un zoquete.