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Los dos se temían y se respetaban, procurando no verse ni encontrarse en el mar, después de varios combates de los que ambos habían salido malparados. Un día, Dragut, al visitar una de sus galeras en Argel, encontró a Príamo Febrer casi desnudo, encadenado a un banco y con un remo en las manos. ¡Cosas de la guerra! dijo Dragut. ¡Cosas de la fortuna! contestó el comendador.

Pero alli tiene la honra El cristiano en tanto estremo, Que asir en un trance el remo Le parece que es deshonra. Y mientras ellos allá En sus trece estan honrados, Nosotros dellos cargados Venimos sin honra acá. Esa honra y ese engaño Nunca les salga del pecho, Pues nuestro mayor provecho Nace de su propio daño. Un mozo de poca edad De esos Sardos, comprar quiero.

»Sucedió, pues, que, así como yo me mostré y mis compañeros, todos los demás escondidos que nos vieron se vinieron llegando a nosotros. Esto era ya a tiempo que la ciudad estaba ya cerrada, y por toda aquella campaña ninguna persona parecía. Como estuvimos juntos, dudamos si sería mejor ir primero por Zoraida, o rendir primero a los moros bagarinos que bogaban el remo en la barca.

Las proporciones observadas en Europa son pues bien diferentes de las obtenidas en la provincia de Moxos: pudiera á irse este hecho al trabajo fabril de los Moxeños, y tambien á la circunstancia de estar mas espuestos á las fiebres intermitentes, ó á los muchos accidentes inseparables de su manera de vivir, casi siempre navegando por los rios, ó atravesando á remo las llanuras inundadas.

El capitán se imaginaba sus embarcaciones hechas con troncos de árboles apenas desbastados, movidas á remo, ó más bien á golpe de pala, sin otro auxilio que el de una vela rudimentaria que sólo se tendía al soplo franco de popa.

A otros les da por lo sentimental, y el espectáculo de las aguas dormidas del lago les recuerda las novelas venecianas o las baladas de la Suiza: se dejan balancear dulcemente, inmóviles y apoyados sobre el remo, fijan la vista en un punto del espacio con expresión amarga, propia de corazones lacerados, y prorrumpen a veces en tiernas barcarolas que han aprendido en el teatro Real.

Siempre preferiré a unos cuantos belitres como sus agregados de embajada, príncipes del turf o reyes del cotillón, uno de esos reyes del petróleo de los que se ríen en Francia, pero cuya iniciativa, cuya actividad y cuya inteligencia alimentan millares de existencias, o un general viejo, como el príncipe de San Remo, que ha arriesgado veinte veces la suya. Pero es muy feo, señorita.

Tomó entonces Urashima un remo y la Princesa marina otro; y remaron, remaron, hasta arribar por último al Palacio del Dragón, donde el dios de la mar vivía e imperaba, como rey, sobre todos los dragones, tortugas y peces. ¡Oh que sitio tan ameno era aquel!

Por tanto, á 12 de Octubre, nos dispusimos para salir de aquel lago ó mar dulce; y aunque siempre estábamos con temor de algún escollo encubierto debajo de agua, con todo esto, mediante el favor de Dios, caminamos á voga y remo sin ningún riesgo, sólo que los vientos, que siempre soplaron por la proa, nos retardaron para que nos adelantásemos.

Durante algunas horas remó y remó, siguiendo el rumbo que le aconsejaba su instinto. Se había sentido en muchas ocasiones orgulloso de su vigor corporal, pero jamás sus fuerzas se mostraron tan poderosas é incansables como en la presente aventura. De vez en cuando se ponía de pie, esparciendo su vista por todo el círculo del horizonte, sin distinguir la más pequeña embarcación.