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A 4 de Enero ordenó el P. Superior que adelantándose tres barcos á vela y remo procurasen cuanto antes entrar en el puerto de la Asunción para llevar al P. Juan Bautista Neuman, que afligido sobremanera de la disentería estaba poco menos que reducido á los últimos períodos de la vida.

Los chinos de la otra chalupa trataron de seguirlos; pero los salvajes lograron agarrarla por una de las bandas antes de que se alejara de la orilla y la volcaron con todos los desgraciados que conducía. ¡A la lantaca, Horn! dijo el Capitán con acento desesperado . ¡Apunta bien! Soltó Horn el remo; cargó rápidamente el cañoncito y regó la playa con una rociada de balines.

Viendo esto, hablé a doce españoles, todos valientes hombres del remo, y de aquellos que más libremente podían salir de la ciudad; y no fue poco hallar tantos en aquella coyuntura, porque estaban veinte bajeles en corso, y se habían llevado toda la gente de remo, y éstos no se hallaran, si no fuera que su amo se quedó aquel verano sin ir en corso, a acabar una galeota que tenía en astillero.

Estos praos o paraos suelen ser, generalmente, lanchas afiladas que navegan a vela y a remo, y llevan varios hombres armados con fusiles; la mayoría tienen cobertizos de esteras, pero hay algunos de estos praos grandes, de tres palos, que llevan una toldilla sólida con cristales y están defendidos con una porción de cañones.

¡A bordo, hato de haraganes! ¿Vais a abandonar el trépang? ¡Desembarcad, o al primero que toque un remo lo mato como a un perro! Aquí nos quedamos nosotros, y aquí os quedaréis vosotros también. Es que los salvajes nos amenazan, señor dijo un cabo de pescadores. También amenazan a mi trépang, y no me da la gana de perderlo respondió Van-Stael . ¡A tierra, os repito!...

Navegó en alta mar durante cinco días y cuatro noches, sin soltar un instante el remo que le servía de gobernalle, sin poder moverse en aquella embarcación que al más leve movimiento desordenado podía zozobrar. Así llegaron a la isla Española, abordando al cabo Tiburón cuando hacía dos días que él y sus compañeros no comían ni bebían, por haberse perdido las provisiones con los golpes de mar.

Por otra parte, los españoles no somos ni navegantes ni industriosos, y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos, en cambio de nuestras materias primeras; y ella y nosotros ganaremos en el cambio; la Europa nos pondrá el remo en la mano y nos remolcará río arriba, hasta que hayamos adquirido el gusto de la navegación.

Lo que pienso hacer es replicó el alcalde daros cada cien azotes, y, en lugar de la pica que vais a arrastrar en Flandes, poneros un remo en las manos que le cimbréis en el agua en las galeras, con quien quizá haréis más servicio a su majestad que con la pica.