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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Amparo le miró con ojos donde se reflejaba la duda. ¡F....! ¡me han robado la cartera! volvió a exclamar con más energía . ¡Me han robado diez mil y pico de duros! ¡Vaya, vaya, qué guasoncillo está el tiempo! dijo Amparo ya enojada otra vez. No tuvo penetración para distinguir el susto verdadero del fingido.
El sol se levantaba, y parecía que sus ojos estaban aún rojos de sueño; todo alrededor el bosquecillo, los árboles, el polvo del camino se hallaba ligeramente teñido de un color rosa pálido. El doctor se cruzaba de vez en cuando con campesinos y campesinas, que se dirigían en sus cochecillos al mercado de la ciudad. En su cara y en su actitud se reflejaba aún la impresión del frío de la noche.
Una vez, mientras Ester contemplaba su propia imagen en los ojos de su hija, como es costumbre en las madres, brilló en ellos esa expresión singular y fantástica; y como las mujeres que viven solitarias y cuyo corazón está inquieto se hallan sujetas á innumerables ilusiones, se imaginó de repente que veía, no su propia imagen en miniatura, sino otra faz que se reflejaba en los ojos negros de Perla.
Sus ojos parecían tener las tintas cambiantes del mar: negros á unas horas, azules á otras, verdes y profundos cuando reflejaba la luz del sol como un punto de oro. Se sintió atraído por su sencillez, por la gracia tímida de sus palabras y sonrisas.
Una campanada del reloj del comedor la despertó de aquella somnolencia de fiebre; tembló de frío y a tientas otra vez, el cabello por la espalda, la bata desceñida, y abierta por el pecho, llegó Ana a su tocador; la luz de esperma que se reflejaba en el espejo estaba próxima a extinguirse, se acababa... y Ana se vio como un hermoso fantasma flotante en el fondo obscuro de alcoba que tenía enfrente, en el cristal límpido.
Observé cuidadosamente las impresiones que reflejaba su cara á la vista de aquel cuadro, cuando de pronto se volvió á mí, diciéndome con una verdadera emoción: «Hay misteriosos templos, fabricados en la insondable noche de los tiempos, ante los cuales la rodilla se dobla, el espíritu se fortalece y el alma busca tras lo desconocido á quien los crea y alienta.» La espontánea confesión de mi amigo, resume la mejor definición de la cascada del Botocan.
El comenzar de la tarde fue sofocante; el sol derramaba una lluvia de fuego; el mar se extendía tranquilo, apenas rizado, sin más olas que algunas pequeñas ondulaciones; con la respiración rítmica de un buen monstruo dormido, el agua, soñolienta, reflejaba la costa con todos sus detalles en la claridad de aquella tarde perezosa y espléndida.
Y en medio de la situación difícil en que se encontraba, gozaba un placer infinito, una alegría inmensa, inefable, como nunca había experimentado. Al fin era madre y tenía delante á su hijo. Y su hijo era hermoso. En su ancha y noble frente se reflejaba la grandeza de su raza: en sus ojos brillaban la generosidad, el valor, cien nobles pasiones.
De modo que, cuando regresaba de lo de don Eleazar, encontraba en don Benito Cristal un verdadero amigo, con quien me desahogaba contra mi mala suerte y lamentaba el tiempo que mis tíos me habían hecho perder. Don Benito era un carácter. En la arrogancia de su porte se reflejaba toda la entereza de su alma.
Parecióle entonces sentir un calorcillo alarmante en lo alto de la cabeza, y miró al techo... ¡Nada tampoco!... Volvióse rápidamente, y un grito de espanto se escapó de sus labios al verse frente a frente de un espejo... En él se reflejaba su estrafalaria figura, cubierta por el largo camisón y coronada por el gorro de dormir, en cuya punta brillaba una rojiza llamita... ¡Cielo divino, allí estaba el incendio!
Palabra del Dia
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