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Actualizado: 24 de mayo de 2025


La conversación de Charito reflejaba toda aquella inconsistencia. ¿Y qué haces? proseguía. En ninguna parte se te ve ahora. Las mañanas de Palermo nunca estuvieron tan bien como este año.

El reloj del Cabildo golpeó en aquel momento las tres de la madrugada, y el eco de la campana se extinguió en el silencio de la noche. Sabe que tengo un hambre devoradora y que siento frío me dijo, entremos y su rostro, al pronunciar estas palabras, no reflejaba la más mínima impresión por lo que acababa de suceder. Blanca le dije, ¿me ama usted?...

Unas veces iba y venía bajo el sol, espantando a su paso las mariposas; otras, pasábase horas enteras asomado al viejo pozo de carcomido brocal, cavando pensamientos y contemplando, a la vez, su propio rostro que el agua reflejaba en su espejo circular y profundo.

Las miradas de las jóvenes le daban razón; se posaban con simpatía en su elegante persona, admirando su irreprochable traje de verano, desde la corbata de batista clara hasta el barniz de sus zapatos amarillos donde se reflejaba el cielo.

Su alma impresionable, combustible, móvil y superficial, se teñía fácilmente del color del periódico que andaba en sus manos, y lo reflejaba con viveza y fidelidad extraordinarias. Nadie más a propósito para un oficio que requiere gran fogosidad, pero externa; caudal de energía incesantemente renovado y disponible para gastarlo en exclamaciones, en escenas de indignación y de fanática esperanza.

El castillo de aspecto monótono, con un tosco jardín, estaba casi siempre situado lejos, lo más lejos posible del mar, en algún sitio sin aire, privado de vista, rodeado de húmedas arboledas. Asimismo, el caserío inglés, perdido entre la sombra de copudos árboles y entre la pesada niebla, reflejaba con frecuencia su silueta en el fango de algún insalubre pantano.

Algo impalpable y armónico que se reflejaba en las voces de los cantantes y en los ecos de la orquesta lo había visto él, Pedro López, descender del carro de Febo, que decora el techo, y dinfundirse por la atmósfera embriagadora de la espléndida sala...

Oíase el jadear de los fuelles y el repique de las bigornias. Por momentos un hombre casi desnudo bajo el chamuscado mandil, abriendo el portillo de un horno, que reflejaba en sus carnes sudorosas resplandores de infierno, arrojaba el puñado de arena o asía con las tenazas algún trozo de armadura, que semejaba la corteza de algún fruto rojo y fantástico.

En la iglesia, vacía y desnuda, todavía quedaban bastantes restos de magnificencia para poder graduar toda la que se había perdido. Aquel dorado altar mayor, tan brillante cuando reflejaba la luz de los cirios que encendía la devoción de los fieles, estaba empañado por el polvo del olvido.

Palabra del Dia

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