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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Pero cada vez era más grande su aborrecimiento y desprecio por el sistema alimenticio del país que le vió nacer. Después del potaje vinieron los puches de harina de maíz. Celso volvió á sonreir y á resoplar. ¡Rediós, farrapas! Y escupiendo por el colmillo al uso gitano les propuso que ya que tenían la desgracia de alimentarse con «tal basura» le echasen siquiera un poquito de azúcar y de canela.
Y fijaba su mirada en el médico, con la misma expresión de lúbrica generosidad con que muchas veces le había invitado á seguirla cuando le encontraba en el campo. Después contempló el cadáver fríamente, sin emoción, y al tropezar su mirada con las botas de charol rompió á reír. ¡Rediós! ¡Pus ya podía yo anoche esperar mis botas!...
Habéis estado en la isla toda la noche; esa mujer cantaba sus cosas como una loca... Pero ¡rediós! ¿es que no hay casas en el mundo? ¿es que os divertís así más, paseando a cielo abierto vuestro enredo para que todo Cristo se entere?
Amarilla, amarilla... ¡Naranjas, rediós! aulló el pillastre y dio un tirón al pañuelo, preparándose a emprenderla a latigazos con sus compañeros. ¡Que me arrancas el brazo, bruto, y que no es eso!... Los demás pilletes ya se habían puesto en salvo y corrían por la carretera y el Espolón. ¡Venir! ¡venir! que no es eso... gritó la madre.
Narigudo... contestó un pillo rubio, el más fuerte de la compañía, que siempre se colocaba el primero por derecho de conquista. El pañuelo pasó a otro. ¿Na? Narices. Otro. ¿Na? Napoleón. ¡Ay qué mainate! ¿qué es Napoleón? gritó el Sansón del corro acercándose a su afectísimo amigo y poniéndole un codo delante de las narices. Napoleón... ¡ay que rediós! es un duro.
Y todos corrieron, mientras el vencedor iba detrás con piernas vacilantes, sin gran deseo de azotar a sus amigos, contento con el triunfo, pero sin deseos de venganza. El Rojo no quería correr: protestaba. ¡Rediós! ¿qué son natillas? gritaba poniendo la mano delante de la cara, mientras tímidamente el Ratón le castigaba con simulacros de azotes.
Estaba el prado lejos y mientras caminaba hacia allá no cesaba de pensar en el lance murmurando con la penetración que le caractirizaba: ¡Rediós! Lo siento por Nolo, porque al fin y al cabo es un amigo y un mozo cabal.
Vio á lo lejos, en la puerta de la taberna de Copa, á su enemigo Pimentó, con el porrón en la mano, ocupando el centro de un corro de amigos, gesticulante y risueño, como si imitase las protestas y quejas del denunciado. Su condena era un tema de regocijo para la huerta. Todos reían. ¡Rediós! Ahora comprendía él, hombre de paz y padre bondadoso, por qué los hombres matan.
Quedándose en Oviedo no le faltaría algún señorón de levita que la tuviera en casa como una imagen comiendo caramelos y haciendo calceta. Y si á mano viene, acaso podría casar hasta con un teniente... ¡Rediós, un teniente!... ¡Hay que ver lo que es un teniente!... ¡Un gachó que manda sobre diez escuadras de hombres!... ¡Casi na!...
Este punto es el filológico: el lenguaje y el estilo de la cordobesa. Tiene además notable propensión a corroborar las palabras con sílabas fuertes antepuestas. Cuando no se satisface con llamar tunante a cualquiera, le llama retunante; y no bastándole con Dios, exclama: ¡Redios!
Palabra del Dia
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