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¡Qué tiene eso! Dice que si ya tienes novio. La doncella se estremeció de pies a cabeza, se encendió como una amapola, y bajó los ojos avergonzada. ¡No!... ¡no!... repitió entre dientes. Ya lo ve usted, tía. ¡Qué malos ratos le hacemos pasar a esta buena niña!... Oyóse el repicar de una campanilla. Tía Carmen llamaba. En esto encontró la doncella su salvación.

A pesar de esto quería que estuviese allí, y aun se enojó algo por lo mucho que prolongaba los ratos de cocina. «Chica, no trabajes tanto, que te vas a cansar. Trae tu labor y siéntate aquí». «Es que si me pongo aquí no estudias, y lo que te conviene es estudiar para que no pierdas el año replicó ella . ¡Pues si lo pierdes y tienes que volverlo a estudiar...!».

Desde el rompimiento de Soledad con Velázquez, en vez de acudir solícito á sitiar la plaza vacante, se había despegado un poco. Saludaba á la joven cuando la hallaba y hablaba con ella algunos ratos, pero no se le veía asiduo como antes.

Los breves ratos en que conseguía hablar con su adorada, en vez de dedicarlos a las dulces expansiones del amor, se pasaban ordinariamente en reyertas y reconvenciones o cuando menos en largos discursos suasorios de la una y la otra parte; Ricardo convenciendo a María de que sus prácticas piadosas eran una exageración incompatible con la naturaleza humana; María tratando de persuadir a Ricardo a que abandonase las frivolidades del mundo y emprendiese el camino de la virtud, que es el de la salvación.

Entre tanto su prima Gracia, sentada en el sofá, le decía: Estoy en mis glorias. ¡Qué buenos ratos vamos a pasar! No durarán mucho, condesa dijo el coronel . Corren voces de que el duque quiere llevarse a Madrid a la nueva Malibrán. Y a todo esto dijo la condesa , ¿qué nombre de guerra ha tomado?

Cuenta la Historia que el Sultán quiso presidir por mismo el cónclave aquel de sabiduría, y aquel diván de inteligencia médica, y que sufrió los ratos de más bostezante fastidio que imaginarse pueden.

Aquello le parecía unas veces romántico hasta la ridiculez, otros ratos sentía ganas de llorar. Una mañana de la primavera de 1872 ocho o nueve meses antes de aquella cena en que los padres de Pepe hablaron de la próxima llegada de Tirso estaban en San Pascual, de Recoletos, tocando a misa de once.

El de usted ha terminado; el mío empieza; porque no ha de escapar a la fina penetración de su inteligencia los malos ratos que me esperan frente a la oposición de Clotilde y de sus hermanas, de las tías de Inesita, de las hermanas y cuñados de ésta, de sus primos y primas, de toda la familia, en fin, la cual es natural que prefiera para Inesita el apellido y la fortuna de un Nuezvana antes que el oscuro nombre y la casi pobreza de mi pariente.

Tanta fe tenía el enfermo en las palabras de aquel insigne maestro, que no dudaba de la veracidad del pronóstico. Después del 20, la cauterización, que se hacía ya con sulfato de cobre, era menos dolorosa, y el enfermo podía estar algunos ratos sin venda en la habitación más oscura, pero sin fijar la atención en objeto alguno.

Una vez resuelto que me ejecutarían al día siguiente, la única idea que se apoderó de fue la de morir con serenidad y entereza; y en efecto, demostré, al decir de todos los que me rodeaban, un gran carácter durante las horas de la capilla. Comí y dormí tranquilamente, y pasé algunos ratos departiendo con los redactores de La Correspondencia.