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Se le hizo estrenar un traje oscuro, de última moda, de paño inglés, por supuesto. A Reyes a ratos se le figuraba que le estaban vistiendo para ir al palo, y se le antojaba hopa, de género inglés, aquel elegantísimo terno que iba sacando del cajón remitido por el artista de Madrid.

Así que, en quejas del uno y disculpas del otro se pasaban muchos ratos y partes del día.

Fue en uno de aquellos tormentosos días cuando pensó por vez primera en su vida que una pasión fuerte todo lo avasalla, como había leído y oído mil veces sin entenderlo. Se creía a veces un miserable, el más miserable de todos los maridos ordinariamente dóciles; y, a ratos, se tenía por un héroe, por un hombre digno de figurar en una novela en calidad de protagonista.

Sospechaba que tal vez fuese una tontería, pero su afán por lo maravilloso la hacía sentir esperanzas, y como el que busca la curación al pie de imagen milagrosa, la pobre Borda pasaba los ratos de descanso al pie de la palmera, que la protegía con la sombra de sus punzantes ramas.

Pomerantzev estaba satisfechísimo de su cuarto, y se pasaba largos ratos contemplando los cuadros, de los que uno representaba una muchacha guardando unos patos; otro, un ángel bendiciendo la ciudad, y el tercero, un rapaz italiano. Invitaba a todos a visitar su cuarto, y tenía una singular complacencia en que el doctor Chevirev fuese a verle lo más a menudo posible.

Y les mostraba noblemente la mercancía esparcida a sus pies, las cartillas de ciegos, con las páginas al viento o puestas en ángulo con el lomo en alto. Los dos jóvenes diéronle las gracias. No os ofrezco el órgano siguió diciendo porque le tengo querencia a la Gran Marcha. Pero cuando me canse, venid por él: pasaréis buenos ratos. Se alejó la enamorada pareja.

Embelesado y engolfado estaba yo charlando con doña Marcela, a ratos en andaluz y a ratos en inglés, cuando la temerosa aparición de Currito el Guapo, vino a interrumpir nuestro palique. » ¡Huya usted, por Dios! exclamó ella con voz trémula y llena de susto. Ahí viene ese monstruo que sin que yo le haya dado motivo es en este lugar el tirano de mi vida. Sálvese usted, caballero.

En la expresión de su fisonomía se observa que aquel libro ocupa su imaginación en las cosas eternas: la meditación piadosa hace bajar a ratos sus párpados, largos y casi transparentes, luego dirige hacia el cielo el globo pensativo de sus ojos. Su cara, un tanto ascética, está pálida; hay en ella las delicadas líneas de una perfecta hermosura moral.

Pablo ha de salir a las tres, son las doce y media, aun no he visto si la mesa está lista, y ya sabes que mi papá come a la una en punto; suena el reloj, y no bien acaba de dar la hora ya le tienes en el comedor, dando palmadas y pidiendo la sopa. «Pablo te entregará una cajita; en ella va un pañuelo; he bordado el monograma en los ratos desocupados.

En largo rato no hallaron palabras que decirse. En los días siguientes, el conde comenzó a dar repetidos paseos por la calle de Altavilla y a pasar largos ratos en el café de Marañón. La sociedad laciense se sintió conmovida hasta sus cimientos ante tamaño acontecimiento. Desde entonces más de trescientos pares de ojos le espiaron sin cesar.