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Actualizado: 10 de noviembre de 2025


Todas las clases del estado hiciéron enérgicas representaciones á Nabuzan; y públicamente se decia que era llegada la fatal catástrofe del reyno, que estaba colmada la medida de la abominacion, que un siniestro suceso amenazaba la naturaleza; en una palabra, que Nabuzan, hijo de Nuzanab, estaba enamorado de dos ojos azules rasgados.

Tardó en cumplirse su deseo, mas se cumplió por último. Don Jacinto, saliendo de la sacristía, atravesó el templo. Ella le vio y salió antes que él y le aguardó a la puerta, entre varios mendigos que pedían limosna. La palidez limpia y mate de su rostro tenía soberano hechizo y sus negros y rasgados ojos brillaban como dos soles de luto.

Los igorrotes son de buena estatura, su color es cobrizo amarilloso; los ojos grandes, rasgados y negros, y con el ángulo exterior muy agudo y más alto que el interior. Los carrillos anchos y juanetudos; el pelo es largo, muy negro, y áspero; el cuerpo robusto y bien formado; suelen pintarse de colores, y en la mano se hacen una figura parecida á un sol.

¿Eres , acaso, la sola en cuyos ojos rasgados hay miradas que fascinan cuando miran con agrado? Acaso, , vida mía, otras no habrá que, escuchando mis tiernísimos requiebros o mis amorosos cánticos, con sonrisas y miradas me den de mi amor el pago...? ¡Muchas habrá! ¿quién lo duda?

¡Quién sabe lo que puede esperar una criatura! La muchacha era toda ojos: unos hermosísimos, rasgados y elocuentes ojos negros. Aquellos ojos se descataban de una manera enérgica, y parecían más grandes y más negros que lo que lo eran en realidad, sobre un semblante flaco, muy pálido, muy triste.

Era hermosa, con una belleza más perturbadora que correcta. Su tez levemente dorada con el color de la naranja, sus ojos rasgados y algo subidos en su vértice, la abundante cabellera, que parecía retorcerse y vivir como un haz de serpientes negras escapándose de la opresión de las horquillas, le daban un encanto exótico.

Sus ojos azules, ampliamente rasgados, fijábanse sobre con un aire de contento inexplicable, en tanto que yo descifraba penosamente las líneas oblicuas de la carta que estaba concebida en estos términos: Señorita: ésta tiene por objeto decirle que desde el día en que nos hablamos en el arenal después de vísperas, mis intenciones no han cambiado y que me desespero por saber las suyas; mi corazón, señorita, es todo suyo, como deseo que el de usted sea todo mío, y si esto sucede, puede estar segura y muy cierta, que no habrá alma viviente más dichosa, ni en el Cielo ni en la tierra, que la de su amigo que no firma, pero que usted sabe quién es, señorita.

30 Y estando aún ellos en el camino, llegó a David el rumor que decía: Absalón ha muerto a todos los hijos del rey, que ninguno de ellos ha quedado. 31 Entonces levantándose David, rasgó sus vestidos, y se echó en tierra, y todos sus siervos tenían rasgados sus vestidos. 35 Y dijo Jonadab al rey: He allí los hijos del rey que vienen; porque así es como tu siervo ha dicho.

Teresa, costurera también, era por su rostro una verdadera mora, y de las más oscuritas; el cabello negro como el azabache, los ojos rasgados y tan negros como el pelo, la nariz y la boca correctas. Pasaba por fea en la villa a causa de su color: en realidad era un hermoso tipo oriental.

Sus rostros no eran gran cosa; hubieran resultado insignificantes a no ser por los ojos, unos verdaderos ojos valencianos que les comía gran parte de la cara, rasgados, luminosos, sin fondo, con curiosidad insolente algunas veces, lánguidos otras, y cercados por la ojera tenue y azul, aureola de pasión. La mayor, Conchita, veintitrés años, era la más parecida a su madre.

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