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Actualizado: 20 de junio de 2025
Aquél fué el siglo de los raptos del convento, de las escaladas por el jardín, de las fugas, de los atropellos, de los sublimes atrevimientos. La irrupción de costumbres francesas, verificada con la venida de la dinastía nueva á principios del siglo XVIII, modificó ésta como otras cosas.
Ni siquiera supo a punto fijo el infeliz amante quién había sido el raptor, por más que sospechase de aquel marino que en Málaga había puesto en Echeloría los lascivos y codiciosos ojos. Estos raptos de mujeres eran frecuentísimos en aquellas edades heroicas, y habían dado ya y debían seguir dando ocasión a no pocos disturbios y guerras.
Aquella sociedad tiene sus escándalos como todas las sociedades: raptos, seducciones, adulterios, suicidios y hasta duelos. Hablan de las guerras y de las batallas pasadas con un profundo conocimiento de lo sucedido, porque el negro y el pardo porteño saben batirse con la bizarría del mejor de los soldados y caer sobre el campo de la acción como caen los héroes.
¿Quién penetraba mejor que doña Luz el sentido de todos sus discursos? ¿Quién le seguía mejor, quien se le adelantaba a veces en los vuelos y raptos de imaginación, cuando pugnaba por levantarse a aquellas regiones adonde el prosaico razonamiento no llega? Sin duda que doña Luz. Doña Luz era, pues, para el Padre un ser muy superior a cuanto la rodeaba, y digno de predilección decidida.
Entendidos de este modo, los más audaces raptos líricos son ejemplares y moralizadores: pueden servir y sirven de escarmiento. Carlos Baudelaire es, sin duda, uno de los más endiablados poetas que en estos últimos tiempos ha nacido de madre. En cuerpo y alma, y sin la menor reserva, se entrega al demonio. Le reza muy devotas letanías y le pide favor y auxilio.
Conocía a muchos actores y poetas, músicos y danzantes, pero nunca había hablado con una cómica, dama joven o graciosa, ni siquiera característica, a quienes ella se fingía poco menos que como criaturas extraordinarias, completamente felices, que no tenían tiempo de sufrir ni padecer, perpetuamente ocupadas en ser grandes señoras, reinas y hasta diosas, cuya misión única en el mundo consistía en escuchar frases bonitas y estar preparadas para raptos de esos que, según los casos, terminan en muerte violenta, o boda y perdón de padre bondadoso.
Porque, naturalmente, cuanto más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritable era su humor con los monstruos. ¡Que salgan, María! ¡Echelos! ¡Echelos, le digo! Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco. Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fué a Buenos Aires, y el matrimonio a pasear por las quintas.
Aunque Doña Blanca era buena cristiana, estos raptos de mal humor contra su marido se comprenden y explican como en cierto modo independientes de su voluntad. Doña Blanca no había encontrado en él ni un átomo de la poesía, ni una chispa de las sublimidades que había soñado hallar, en su inexperiencia, en el hombre á quien dió su mano, siendo aún muy niña.
Palabra del Dia
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