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Actualizado: 13 de junio de 2025


Gillespie adivinó que el segundo buque se había sumergido y le enviaba desde el fondo sus tentáculos metálicos, animados y prensibles, que parecían poseer la inteligencia de un ser viviente. Varios de estos cables debían estar pegados ya á la quilla de su bote. Otro salió del agua, como una lombriz de nerviosas contracciones, enroscándose en torno á uno de sus remos.

Al entrar en las aguas de Sula, principiamos á admirar las innumerables bellezas madrepóricas del fondo del mar, cuyo lecho lo teníamos bajo la quilla á tres pies. Los rayos solares, al quebrarse en la masa de agua, esparcían sobre las dentadas y caprichosas combinaciones madrepóricas luminosos destellos, merced á los cuales explorábamos aquel extenso bajo.

Una cinta de humo se enroscaba á continuación de sus dobles chimeneas. Su proa, cuando no estaba oculta, expelía cascadas de espuma, levantándose hasta mostrar el principio de la quilla. De noche navegaban todos con pocas luces: un simple farol á proa para aviso del que marcha delante y otro á popa para indicar la ruta al siguiente. Estas luces macilentas apenas se veían.

Puso Méndez su canoa a monte, le echó una quilla postiza, la dio de brea y sebo, clavó en la proa y la popa algunas tablas para que no se entrase el mar, como lo haría siendo rasa, montó un mástil con su vela y metió los mantenimientos necesarios para él, otro cristiano y seis indios, pues la canoa sólo podía cargar ocho personas.

Después, al mismo tiempo, con los cabrestantes empezábamos a estirar las amarras atadas al palo mayor y a las dos anclas, hasta conseguir que el barco se tumbase por una banda y descubriera la quilla. Antes había que calafatear las aberturas de un lado, para que no entrase el agua.

A las cuatro de la mañana llegué á Punta Rubia, á donde hallé la mar sumamente gruesa; y en medio de la rompiente seguí con la chalupa por la proa, y toqué con la quilla en la cabeza del N de los bancos: con otro golpe de mar salimos, y seguí gobernando al S 1/4 SE por entre el rompidero de la costa, y el de los bajos, que tiene 50 brazas de latitud.

El capitán conocía este mar como si fuese un lago de su propiedad. Llevó el vapor por fondos escasos, viéndose los escollos tan cerca de la superficie, que parecía un milagro que el buque no chocase en ellos. Sólo un par de metros quedaban entre la quilla y las rocas sumergidas. Luego, el agua dorada tomaba un tono obscuro, y el vapor seguía su avance sobre enormes profundidades.

Dos tercios del casco ocultos siempre en el mar quedaban al descubierto, mostrando el vivo rojo de su panza. Sólo su quilla se mantenía en el agua. El tercio superior, lo que quedaba visible sobre la línea de flotación en tiempo ordinario, era ahora una simple cornisa negra que remataba el extenso muro purpúreo.

A este Goethe se lo puede tragar una tempestad, conforme; pero con su panza de acero y su triple quilla, es como una isla en medio de estos mares que hace menos de un siglo se llevaban lo mismo que plumas a las fragatas y bergantines en que fueron a América los ascendientes de los millonarios actuales.

Contábase con terror en el pueblo, que había ahogado a un marinero por pasarlo tres veces debajo de la quilla, según prescribía la ordenanza para ciertas faltas; y a más de ciento había derrengado a palos o les había levantado el pellejo con el chicote.

Palabra del Dia

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