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Actualizado: 24 de junio de 2025
Como si no lo oyera, lo mismo que antes de la noche memorable, el vizconde de la Ferronière se estaba quieto y silencioso, «sage comme une image». No seáis terco, abuelito intervino doña Inés. Ved que inquietáis a Pablo. Dios podría castigaros manifestole doña Brianda dejándoos allí otra vez para siempre.
Otro que estaba ya borracho levantó la tapa del mostrador y se aproximó al tabernero diciendo con palabra estropajosa: Martinán, estás gordo; déjame tomarte en peso. ¡Vamos, abajo esas patas! dijo Martinán rechazándole. El borracho insistió tratando de abrazarle por las piernas para levantarle. ¡Quieto, Melchor, ó te voy á dar agua de aceitunas para quitarte la borrachera!
Dudaba, permanecía quieto, como el que desea retrasar el momento de una resolución importante, y al fin se decidió á bajar al mercado. El cauce del Turia estaba, como siempre, casi seco.
Parece que lo veo: Con un carbón muy negro y puntiagudo Le puso cejas y ojos... lo que pudo. ¿Sin narices? le dije, ¡oh que feo...! "Estate quieto, espera, ya le pondremos la nariz de cera, Una nariz pequeña, filipina, Nariz de la modestia, simple y fina." Pero dime, ¿y la boca? "Eso aquí, muy pequeña, se coloca Sobre este hueco, ¡hoyuelo de bellezas! Expresión de inocentes gentilezas.
La cortadura estaba en la segunda falange del dedo, y el tafetán no podía sujetarse. Se le colocaba de nuevo, tratando de darle consistencia, y al menor movimiento se desprendía otra vez. Pero, caballero, estése usted quieto, y sobre todo no doble usted el dedo. Pero, señoras, eso es fácil de decir... hacerlo ya es diferente.
Las esposas masculinas de los individuos del gobierno y de sus altos empleados, así como las pertenecientes á las familias ricas de la capital, eran las que más se indignaban contra esta sublevación de sus compañeros de sexo. El hombre decían debe permanecer quieto en su casa, ocupándose de los hijos y de la fortuna conyugal.
¡Jiu!...¡ Jiú!... repetía Hipólito sin sacar el látigo de la latigera y el break continuaba su marcha, por entre aquel gran silencio interrumpido sólo por el vibrante arpegio de algún pájaro o el sonar del cascabel cada vez que escarceaba, el cadenero. Quieto, Baldomero dijo Melchor, deje que la abra este pueblero: a ver, Ricardo, una gauchada.
Miguel solía aprovechar esta buena disposición y osaba retozar con la fiera: cogiéndola súbito de la cintura la empujaba con alguna violencia y la hacía correr, a su pesar, por la sala o el corredor hasta fatigarla, sin hacer caso de sus protestas. ¡Estate quieto, Miguel! ¡Basta, Miguel! ¡Mira que me fatigo! La brigadiera, enfadada a medias, no podía menos de reírse.
En vez de continuar hasta la rectoral, se sentó sobre un madero que había delante de las primeras casas. Sacó el reloj y vio que no eran más de las diez; y no encontrándose aún con deseos de acostarse, determinó de gozar un rato de la hermosura y serenidad de la noche. El fresco era demasiado vivo para estar quieto mucho tiempo. Se puso a dar vueltas por los contornos del lugar.
En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras.
Palabra del Dia
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