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Actualizado: 7 de mayo de 2025


No quería serlo; pero el encierro, la inmovilidad y aquel rancho escaso y malo acababan con él.

Cayó sentada en la madera, abierta la boca, los ojos espantados, las manos extendidas hacia el enemigo, que el terror le decía que iba a asesinarla. El Magistral se detuvo, cruzó los brazos sobre el vientre. No podía hablar, ni quería.

Venía a decirle que su ama quería hablar con él y que le rogaba que fuese a su casa a la hora de la siesta. Tan preocupado estaba don Andrés que, por más que el menor deseo de doña Inés fuese para él soberano mandato, se excusó de ir por la multitud de quehaceres que le agobiaban y sólo prometió ir a la tertulia por la noche.

La joven se irguió mostrando su alta estatura. Sus labios se estremecieron, pero no pronunciaron ni una palabra. Todo, en su actitud, demostraba un doloroso desdén. Se trata de Cristián Tragomer... Añadió Marenval. Pero se calló, al ver que aquel nombre producía un efecto tan inesperado. Me figuraba que quería usted referirse al señor de Tragomer, dijo fríamente María.

Se escapaba por la puerta del jardín y corría llorando hacia el mar; quería meterse en un barco y navegar hasta la tierra de los moros y buscar a su papá. Algún marinero la encontraba llorando y la acariciaba. Ella le proponía el viaje, el marinero se reía, le decía que , la cogía en los brazos, pero el pícaro la llevaba a casa del aya y la volvían al encierro.

Guardose de mostrarla, porque detrás de sus vicios, y aun sobreponiéndose a ellos, estaba el hombre práctico, el aldeano egoísta y receloso. Temía que, conocida su flaqueza, la familia se aprovechase para saquearle. Además, no quería verse comprometido.

En vano esperó, con loca esperanza, ver a la Regenta presentarse en la capilla, por casualidad, por impulso repentino, como quiera que fuese, presentarse, que era lo que él quería, lo que él necesitaba.

Entonces gritó Leto a su edecán: ¡Cornias... a virar! ¡Salta escota foque! Obedeció Cornias en el aire; orzó Leto vigorosamente, y el yacht fue virando y enderezándose, hasta ponerse horizontal como le quería don Alejandro, y, según la lengua del oficio, a fil de roda, es decir, cara a cara con el viento.

En efecto respondió María Teresa, que por un exceso de delicadeza no quería acusar a Huberto, tuvo que ausentarse algunos días antes de la última crisis que sufrió papá. ¿Y no lo llamaste?

Quejábase amargamente porque su mujer no servía para llevar el gobierno de la casa, porque él se veía obligado a hacerse cargo de él; y no obstante, sabiendo que su suegra servía muy bien para el caso, no quería entregárselo.

Palabra del Dia

hociquea

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