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Actualizado: 7 de julio de 2025
Pero fué de grandisimo daño á Enrique Schertzen, el cual pensó era farol, y dirigió su náo derecho al fuego, y dió con gran ímpetu en los peñascos que estaban debajo del agua: de suerte que se hizo mil pedazos, y se hundió con toda la gente y mercaderias, muriendo en un cuarto de hora 22 personas, quedando solo vivo el capitan y el piloto, que salieron asidos al árbol mayor: hundiéndose tambien seis cestas de oro y plata que se habian de entregar al Emperador, y mucha mercaderia; causando este naufragio estrema pobreza á muchos.
Sin entrar en razones quiero y mando que queden suprimidos los carabineros de costas y fronteras, y se reorganice el antiguo resguardo: quedando todos los fondos a disposición del excelentísimo señor Cuadrado». Yo el Emperador. Al ministro de la Guerra Cuadrado.
Febrer siguió su camino sin volver la vista, deseoso de oír que alguien venía tras de sus pasos, tomando por misterioso arrastre de perseguidores los leves crujidos del ramaje de los tamariscos bajo la brisa nocturna. Al llegar al pie de la colina, donde los matorrales eran más espesos, se volvió, quedando inmóvil.
Hundió la cabeza en el vientre abierto, levantando sobre sus cuernos, como un harapo flácido, la mísera carroña, que esparcía en torno entrañas sueltas y excrementos. Cayó en el suelo el cadáver, quedando casi doblado, y el toro fue alejándose con paso indeciso.
El suceso no era para tomarlo a risa. No se trataba de un cólico vulgar, y la pobre bestia, sostenedora inconsciente del prestigio de la familia, revolcábase abajo, en la obscura y húmeda cuadra, quedando panza arriba y con las patas agitadas por un temblor convulsivo. La situación fue ridícula y conmovedora.
Cuanto más pobres se iban quedando, más vanidad solariega tenían y más despreciaban la vida en poblado y en tierra llana. En la ribera, como llamaban allá arriba a las regiones bajas, sólo una cosa respetable reconocían los Valcárcel del monte: el tapete verde. Se iba a las ferias a jugar, a perder, a empeñarse... y a casa.
Después, acometido súbito de una idea, la de que aquel paisano «se estaba quedando con él» se puso otra vez fruncido y enfoscado y volvió a sacar la voz de las profundidades de su pecho. Cabayero, yo no consiento que nadie se guasee conmigo. Hace V. perfectamente; aplaudo esa decisión. Es que... yo no creo que V. sea hermano de esa señorita...
Eran brillantes y caprichosos adornos y trajes, de colores vivos y formas muy determinadas; y era de notar que cuando se acercaban al amo, este tomaba el color y la forma de aquellos, quedando transformado al exterior aunque en esencia el mismo. Como a diez varas de distancia venían los Verbos, que eran unos señores de lo más extraño y maravilloso que puede concebir la fantasía.
Compromisos, obligaciones, conflictos, luchas, catástrofes, todo lo grave que le parecía cercano y probable, se desvanecía, quedando en su lugar un fantasma encantador e imperioso que le abría los brazos y le llamaba con promesas de perdurable felicidad.
De bajadas «pendias», no se diga: aquello fue despeñarse más que bajar. Cuando menos lo esperaba, me encontré en el Puerto, que me pareció menos interesante que la primera vez, porque le veía a la inversa de entonces, con la línea insulsa de la sierra baja por gran parte de su fondo, en lugar de las grandiosas montañas que en esta segunda visita iban quedando a mi espalda.
Palabra del Dia
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