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Actualizado: 15 de junio de 2025
Se vió en un hierbal del Paraguay algunos años antes, teniendo una disputa con Morales, que era su peón. El mestizo tiraba de la espada; pero él, de un manotazo, le quitaba la espada, propinándole después unos cuantos puñetazos de boxeador que le dejaban inánime en el suelo. Por un fenómeno de simpatía mental, Morales evocó al mismo tiempo este recuerdo, pero añadiéndole una segunda parte.
¡Pecador de mí! ¡Estúpido y necio! exclamó el padre, todo lleno de violencia y dando en la mesa unos cuantos puñetazos. ¿Quieres creer que soy tan egoísta, que el egoísmo me había cegado? Yo no había visto en el plan de Doña Blanca ninguna mala traza. Me parecía natural que casase á Clarita con su tío. Yo no miraba sino á mi pícaro interés: á que nadie se llevase á Clarita lejos de estos lugares.
Sin embargo, convenía que no despertase la chiquilla, no fuese a alborotar la casa lloriqueando. Perucho la tomó como quien toma un muñeco de cristal, muy rompedizo y precioso: sus palmas llenas de callos y sus brazos hechos a disparar certeras pedradas y a descargar puñetazos en el testuz de los bueyes adquirieron de golpe delicadeza exquisita, y la nené, envuelta en el pañolón de calceta, no gruñó siguiera al trocar la cama por los brazos de su precoz raptor.
La verdad es que yo quisiera tocarlo todo en seguida, y al ver que no puedo y que he de fastidiarme mucho con ejercicios y escalas, me enfurezco y me entran ganas de dar puñetazos al piano. Y el travieso bebé decía esto con tonillo irritado, levantando el puño. Pero ahora continuó en tono más dulce , ya que no puedo ser pianista, me dedico al canto.
Todo lo que había aprendido en las praderas de Texas le sirvió para su gloria artística. Ningún actor supo como él montar á caballo, echar el lazo, batirse á puñetazos, manejar las armas. Allá, entre vaqueros de verdad, había sido un discípulo mediocre, un muchacho de la burguesía empeñado en hacerse cow-boy bajo la obsesión de ciertas lecturas.
Tal vez pasé entre la gente con demasiada violencia. El público debió creer que era alguna farsa mía y acudieron los empleados, y muchos espectadores me cerraron el paso. Intenté hablar y no me dejaron. No quisieron oir mis explicaciones; me creían borracha. Acabé por batirme á puñetazos con los que me empujaban hacia la puerta. Llamaron al mismo agente que está ahora aquí.
Ambas cosas eran creíbles. «Si lo primero pensaba Pepe nada hay en ello de particular: si lo segundo, malo será que mi hermano empiece así, poquito a poco, y acabe pretendiendo que nos hundamos la tabla del pecho a puñetazos. Sea lo que fuere, no estoy desprevenido: ello dirá.»
Unos yacían amontonados; otros seguían bebiendo y cantando con voces roncas y destempladas; los había en estado de verdadero delirio, que se peleaban como fieras, dándose furiosos puñetazos en las peladas cabezas, mientras que otros, que no habían perdido del todo los sentidos, se entregaban al juego en medio de atronador vocerío.
Gran alboroto en la colmena: replico yo a mi adversario con idénticos argumentos: los redactores se reparten en dos bandos, y se entabla una batalla donde menudean los puñetazos y coscorrones; ruedan las sillas, caen las mesas, quiébranse los vidrios de algunos cuadros, y hasta hubo quien apoderándose de las tijeras de recortar sueltos, formó círculo en torno suyo y esparció el terror entre los contendientes.
Recalde rompió dos o tres platos, dió puñetazos en la mesa, pero no consiguió que se cenara a las siete, y cuando la Cashilda le convenció de que allí se hacía únicamente su voluntad, y que no había ningún capitán ni piloto que le mandara a ella, para remachar el clavo acabó diciendo a su marido: Aquí se cena todos los días a las ocho, ¿sabes, chiquito?
Palabra del Dia
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