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¡Voto a tal! -dijo a esta sazón Sancho-. No digo yo tres mil azotes, pero así me daré yo tres como tres puñaladas. ¡Válate el diablo por modo de desencantar! ¡Yo no qué tienen que ver mis posas con los encantos! ¡Par Dios que si el señor Merlín no ha hallado otra manera como desencantar a la señora Dulcinea del Toboso, encantada se podrá ir a la sepultura!

La revelación, una vez hecha por medios verosímiles, ordenados con exquisito arte, hace inevitable el conflicto. Los dos rivales salen al campo y riñen a puñaladas. La riña está vigorosamente descrita. Muere en ella el burlador, que en los últimos momentos y escenas de su vida se ha mostrado generoso y simpático. Así termina la novela.

Un soldado de la compañía de Orejón, diciéndole que era hecha la paz, vino en tanta desesperación, que se dió dos puñaladas por los pechos, de que murió dende á pocas horas. Sobre el mal contento que los soldados llevaban, llovió toda aquella noche y lo más del día siguiente.

Una criatura recién nacida que lloraba bajo su capa, me indicó que era él. De tres saltos me puse junto á su lado. Una madre te ha maldecido, y yo soy la mano de Dios exclamé. Y le di de puñaladas. ¡De puñaladas! dijo el rey. , por cierto, de puñaladas; el hombre que roba á una madre su hija, el hombre á quien una madre desventurada maldice, debe morir.

Abominaba de los revolucionarios, con el miedo instintivo de todos los ricos que han creado su fortuna y recuerdan la modestia de su origen. El socialismo de Tchernoff y su nacionalidad habrían provocado forzosamente en su pensamiento una serie de imágenes horripilantes: bombas, puñaladas, justas expiaciones en la horca, envíos á Siberia.

Al leer en los diarios noticias de fusilamientos, saqueos, quemas de ciudades, éxodos dolorosos de gentes que veían convertido en pavesas todo lo que alegraba su existencia, sentía otra vez la necesidad de repetir sus puñaladas imaginarias. ¡Ay, si ella tuviese á mano uno de aquellos bandidos! ¿Qué hacían los hombres de bien que no los exterminaban á todos?...

A Ulises se lo mató Lagartijo; a Héctor, Bocanegra; Mazzantini hizo papilla a Roldán; Aquiles quedó ciego de unas puñaladas que le metió Frascuelo; y un gallo de sangre mestiza y ruin, color blanco, llamado Espartero, propiedad de un ebanista, aniquiló a Carlomagno, Manfredo, Hércules y otros seis héroes desgraciados.

Tenía un golpe en el corazón, una de aquellas puñaladas que sólo se veían en las minas donde vive tanta gente salida del presidio. Además, le habían herido en la cara, en las manos, en todo el cuerpo. Debían ser dos los que le acometieron, cerrada ya la noche, cuando volvía de Bilbao. Para el juez, el suceso no ofrecía dudas. De allí iría á prender á los culpables sin miedo á equivocarse.

¡Oh, no!... ¡No quiero premios!... ¡No quiero vida futura!... Quiero reposar... ¡reposar eternamente!... ¡Qué dulce... es esta palabra, padre!... ¡No sentir ya nunca más los latigazos de la naturaleza ni las puñaladas de los hombres!... ¡No sentir este cuerpo miserable que tanto me ha hecho padecer! ¡No sentir los dientes de esa infame royéndome el corazón lentamente!... Escuche usted, padre... Si usted me tiene siquiera un poco de lástima... no intente quitarme esta última ilusión... Si sabe usted que hay cielo, cállelo... No turbe usted, por cuanto más haya querido en el mundo, esta paz bendita en que voy a entrar...

Desde que llega a la edad adulta, el hilo de su vida se pierde en un intrincado laberinto de vueltas y revueltas por los diversos pueblos vecinos; oculto unas veces, perseguido siempre, jugando, trabajando en clase de peón, dominando todo lo que se le acerca y distribuyendo puñaladas. En San Juan muéstranse hoy en la esquina de los Godoyes tapias pisadas por Quiroga. En La Rioja las hay de su mano en Fiambalá.