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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Por fin, aquellas elegantes criaturas sueltan las prendas con descuido escarnecedor sobre las sillas de la sala y corren a encerrarse en el gabinete de Jovita. Cerca de media hora estuvieron deliberando secretamente. D. Cristóbal aguardaba inquieto y ojeroso, paseando con agitación por el corredor como un procesado que espera el veredicto del jurado.
Por último, el presidente hizo sonar la campanilla y, encarándose con el acusado, dijo: En vista de las pruebas que acaban de practicarse y de los informes de los señores letrados, ¿tiene el procesado algo que manifestar al tribunal? El P. Gil se levantó de su banco y paseó una mirada tan suave como vaga por la sala. Parecía que le despertaban de un sueño. Tardó algunos instantes en hablar.
Antes no había revisión más que en el caso de que otro procesado fuese condenado, por el mismo crimen y por otra sentencia; y aun, si se reconocía la inocencia de un condenado, era preciso indultarle. No había otro medio de hacerle salir de presidio. ¡Pero eso era monstruoso! exclamó Marenval. ¡Cómo!
El presidente le hizo las preguntas de la ley, en tono respetuoso y hasta galante. Respondió con notable claridad y precisión. ¿Es cierto le preguntó el presidente que ha sido usted objeto de una agresión maliciosa y escandalosa por parte del procesado? Sí, señor. Relate usted lo ocurrido en la forma que usted crea más oportuna, sin separarse de la verdad.
Unos contaban que había muerto en campaña, después de batirse como un héroe; otros que pereciera en un duelo a que le llevó una aventura escandalosa; quienes que se había casado en Guadalajara con una rica heredera; quienes qué estaba procesado por un delito que la Ordenanza castiga con peña de muerte. Hasta que un día la rubia Carmita dió en vestir lutos, y lutos fueron por toda su vida.
Después de su nombre, edad, estado, profesión, etc., el presidente le preguntó: ¿Ha estado usted procesado alguna vez? D. Martín, que se hallaba bastante turbado, porque era principalmente hombre de acción, como ya sabemos, y no de derecho, respondió vacilando: No recuerdo. ¡Hombre, no recuerda usted! Pues eso no suele olvidarse.
En este año fué procesado Martín de la Cruz pastelero que vivía en la Puerta del Arenal, al Cantillo de la Mancebía, porque se le averiguó que empleaba en sus pasteles carne hedionda unas veces y otras en vez de vaca puerco ó carnero. Celebró esta ciudad con mascaras, procesiones y otros regocijos la gran victoria de Lepanto.
Su delito le daba horror y no quería volver a verle ni hablarle en la vida; pero le amaba aún con cariño de hermana y presentía que ello acibararía con algo como remordimiento las mayores venturas que pudiera alcanzar sí no evitaba que Antoñuelo fuera procesado, deshonrado públicamente y condenado a presidio.
Palabra del Dia
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